Después de un rato de conversación amena entre las tres, la señora Enola decide que ya es muy tarde para seguir despierta. Así que toma a la pequeña y la lleva a su habitación, permitiendo que Sophia y yo podamos hablar a nuestras anchas, sin preocuparnos por el ruido que podríamos hacer y despertar a la bebé.
Realmente agradecemos ese gesto, porque aunque nos cae muy bien esta mujer, todavía no somos capaces de hablar con total libertad en su presencia.
—Ahora sí, habla —dice Sophia, cambiando el tono cordial que usa cuando hay terceros presentes—. Has pasado casi dos días sin tocar el celular ni mirar ninguna red social, y no te atrevas a decirme que no pasa nada, porque eso no es normal.
Ella es así, no muestra su verdadera personalidad a todo el mundo; solo unas pocas personas tenemos el privilegio de conocer su lado menos encantador. Cierro los ojos y cubro mi rostro con una mano, buscando reunir valor para contarle lo sucedido. Intenté por todos los medios que mi relato fuera lo menos aterrador posible, pero puedo ver en su rostro que le ha causado una impresión muy fuerte.
—Fui secuestrada. Mi marido no presentó una denuncia, pero me rescató, y en el proceso hubo un muerto. Después, Alexander se vengó. Ah, se me olvidó mencionar que mis escoltas fueron los primeros en morir.
—Estoy bien, mírame —le digo a mi hermana, intentando liberarme de su abrazo para que me mire—. No estoy herida, no me hicieron nada.
—Pero pudo haberte pasado algo —responde de repente—. Tienes que terminar con esa relación, estás en un peligro constante.
Veo cómo como cambia la expresión en su rostro y cubre su boca con una mano mientras sale corriendo al baño, donde termina vomitando en el lavamanos.
—Sophia, ¿qué te pasa? —pregunto, corriendo detrás de ella.
—Nada, nada. Debió de ser la impresión —dice, restándole importancia a eso y al repentino palidez de su rostro—. Pero no nos desviemos del tema: tienes que dejar a Alexander.
—No —digo en tono cortante—. Es el hombre que amo, es mi marido, y estoy viendo cómo hace su mejor esfuerzo para sacarnos de peligro y proteger a su familia. No lo voy a dejar.
Sophia me mira sorprendida. Normalmente, cuando ella me habla con tono de hermana mayor, le hago caso sin chistar, pero en este caso, ya no puede ser así.
—Lo amas, lo amas de verdad —dice como si de repente comprendiera algo—. Solo espero que él realmente valga la pena y que te valore.
Toma el celular y empieza a teclear, concentrada y con el rostro serio.
—¿A quién le escribes? —pregunto intrigada.
—No te importa, solo sé que necesito desahogarme, pelear.
Después de eso, parece tranquilizarse y seguimos hablando de muchas cosas. Conoció a Richard Brown y, según parece, lo considera un hombre muy divertido. Ella nunca me cuenta nada sobre esos temas, pero me dio la impresión de que Richard está tratando de cortejarla, y si no es así, al menos quiere meterla en su cama. No puedo decir nada de él, sé que nos ayudó, y solo por eso me abstendré de juzgarlo y alterar la percepción que Sophia tiene de él. Mi hermana es lista; si entra en esa cama, estoy segura de que no será engañada.
No sé quién es, pero no tardó mucho en responderle el mensaje. Una vez que lo lee, bloquea la pantalla y seguimos hablando hasta que nos quedamos dormidas. No me di cuenta de cuándo Sophia se fue, solo sé que cuando suena la alarma del celular, es Alexander quien descansa a mi lado.
Busco entre las cobijas, apurada, el celular hasta que por fin lo encuentro y logro apagar la alarma. Pero para entonces, Alexander ya está despierto y me atrapa entre sus brazos.
—Tengo sueño, estoy cansado —dice con voz somnolienta—, pero también quiero hacerte el amor.
Entiendo perfectamente a qué se refiere. Nuestra crisis ya terminó y, aun así, no hemos tenido tiempo para nosotros.
—Yo también necesito sentirte —le digo, levantando mi cabello para dejarle libre el cuello y la nuca, invitándolo a llenarlos de besos.
Sus besos húmedos empiezan a caer por mi cuello y hombros, mientras mi cadera se mueve para pegarme más a él y rozar su cuerpo en busca de nuevas atenciones.
—Te extrañé tanto, sentí que enloquecería —dice, jugando brevemente con sus dedos entre mis pliegues antes de introducirlos en mi humedad—. Pensaba en todo lo que podía pasarte.
El movimiento de sus manos se detiene y besa mi cuello, concentrándose en sentir mi cuerpo completamente pegado al suyo.
—No tengo idea de qué habría hecho si algo te hubiera pasado.
La reunión de anoche, solo de hombres, parece haberlo afectado mucho. Supongo que toda la conversación giró en torno a la dolorosa experiencia que está viviendo Noah, y ahora Alexander piensa que él podría haber estado en la misma situación, por razones diferentes, pero al fin y al cabo, la misma situación.
Siento cómo expulsa el aire de su pecho y la nostalgia trata de apoderarse de él, así que rompo el contacto para girar y mirarlo de frente.
—Aquí estoy —lo beso—, me estás viendo, me estás sintiendo, y ahora vamos a hacer el amor y pasar la página de una vez por todas.
Su pecho sube y baja, y ya no hay rastro de sueño en su mirada.
—Tienes razón, vamos a aprovechar nuestro tiempo.
Cierro los ojos y me concentro en aquella placentera sensación que me provocan sus labios. El calor y la suavidad de sus besos son más que suficientes para alterar mi pulso y respiración. Recuerdo la primera vez que nos besamos. Pensé en lo compatibles que somos; aquella mañana lo creí solo un sueño, pero ahora agradezco que no lo sea y que pueda despertar a su lado cada día.
Retiro mi ropa interior y él hace lo mismo con la suya. Mi mano en su pecho le indica que no quiero que se levante, así que termino de quitarme la camisa y pongo mis piernas a cada lado de su cadera, permitiéndole entrar lentamente en mí, pero con la novedad de dejarlo viendo mi espalda. Su mano recoge mi cabello y lo hala, haciendo que arquee mi espalda.
Me muevo lentamente sobre él, y aun así los jadeos escapan de mis labios. Esta posición hace que la curvatura de su miembro se sienta diferente en mi interior. Suelta mi cabello y aprieta mis nalgas, ayudándome a marcar un compás que resulta más que satisfactorio para los dos, pero me fue imposible impedir que hiciera su total voluntad al final.
Terminamos cansados pero satisfechos, y posiblemente habríamos vuelto a empezar si el sonido de golpes en la puerta no nos hubiera devuelto a la realidad.
—Chicos, tenemos que salir en media hora —escuchamos la voz del señor Ronald desde el otro lado de la puerta.
Tapo mi boca, asustada, pensando que el hombre pudo habernos escuchado.
—Ahora bajamos —grita Alexander.
Nos quedamos estáticos unos segundos, hasta que sentimos que ya no hay nadie en la puerta.
—Debemos arreglarnos para desayunar con todos y luego partir a la funeraria para proceder con el entierro.
—Entonces debemos darnos prisa —digo, dándole un último beso antes de salir de la cama.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...