18. LLEGADA A LA ISLA

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—¿Por qué estamos en el aeropuerto? —pregunto sorprendida al hombre a mi lado.

—¿Cómo más llegaríamos a una isla paradisiaca? —responde mientras toma las pocas bolsas que llevamos en el auto.

—¿Vamos a viajar ahora a una isla? —pregunto incrédula caminando junto a él—. No tengo un vestido de baño. Además, los lugares que nombré fueron random, no tenías que elegir uno de esos destinos.

—No elegí uno de esos destinos, Isabella —sube a un pequeño avión privado y yo voy detrás de él—. Vamos a ir a todos.

Deja los paquetes en el suelo del avión, junto a otro montón de paquetes que son las compras de toda la tarde. Es la primera vez que estoy en un avión privado, así que observo todo rápidamente, sorprendiéndome del lujo que tiene, y luego me siento en el lugar que Alexander me indica. ¿Acaso este hombre está realmente loco? ¿Vamos a todos solo porque yo los nombré? Además, ¿cuánto dinero tiene para poder derrochar todo de la forma en que lo hace?

—¿Y tú querías ir a estos destinos también? —pregunto cuando se acerca y me abrocha el cinturón de seguridad.

Frunce ligeramente las cejas antes de responder.

—He viajado mucho en la vida, así que no me importa realmente el destino siempre y cuando pueda garantizarnos seguridad.

Lo miro con incredulidad.

—Alexander, ¿de qué vives? ¿En qué trabajas para poder derrochar tanto dinero?

Me alcanza una tarjeta de presentación muy elegante y luego cierra los ojos y recuesta su cabeza en el espaldar del asiento.

—¿Por fin te estoy impresionando?

Miro sorprendida la tarjeta en mi mano, pues dice ser uno de los CEO de un grupo empresarial muy importante en el país. El piloto efectúa los anuncios de seguridad correspondientes y nos avisa el tiempo estimado de vuelo, mientras yo no puedo quitar mi cara de asombro de Alexander.

—No soy solo eso, Isabella. Pero para contarte mi historia me gustaría que pasara primero más tiempo —dice, manteniendo los ojos cerrados.

—Me gustaría realmente conocer por qué un hombre como tú necesitó usar métodos tan extremos para conseguir esposa.

—¿Un hombre como yo? ¿Cómo soy, Isabella?

No entiendo por qué quiere que diga en voz alta lo que él ya sabe; es evidente que lo sabe.

—Eres guapo, rico, desenvuelto, con un gran cargo, así que debes ser listo. Las mujeres deben lloverte, ¿qué haces conmigo? —pregunto.

—Te faltó sexy y buen amante —complementa de manera jocosa.

—Estoy hablando en serio —respondo, recostando también la cabeza en la silla y cerrando los ojos.

—Yo también, pero aún no quieres averiguar lo segundo —río ante lo atrevido que es.


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No me había dado cuenta de que estaba tan cansada; solo sé que, al abrir los ojos, mi cabeza estaba recostada en el hombro de Alexander y que él también está dormido, sosteniendo una de mis manos. Me enderezo tan suave como puedo, tratando de no despertarlo, pero retirar mi mano de la suya es algo un poco más complicado.

Lo miro descansar y no puedo más que darle la razón: es muy sexy. Tiene unas pestañas gruesas y pobladas que hacen resaltar aún más esos hermosos ojos miel y un cuerpo de esos que son la fantasía de cualquier mujer. No puedo creer que casi tuve sexo con él, convencida de que era un invento de mi imaginación, pero yo no tengo tan buena imaginación, no para eso al menos.

—Señores pasajeros, por favor, vuelvan a ajustar sus cinturones. Ya estamos próximos a aterrizar, así que espero disfruten su luna de miel.

El aviso del piloto hace que Alexander se despierte y se dé cuenta de que tiene mi mano atrapada entre las suyas, pero tal parece que no le importa, pues la sigue manteniendo con él mientras se abrocha el cinturón.

—¿Despertaste hace mucho? —pregunta, ignorando por completo mi mirada.

No, dos minutos antes que tú —respondo, dándole una palmada sobre la mano para que suelte la mía, a lo cual él solo se burla antes de soltarla.

Una vez que el avión abre la puerta, siento el drástico cambio de clima y una oleada de calor me golpea. Alexander me abre la puerta del gran vehículo que nos espera, y cuando ingresamos, debemos esperar a que terminen de cargar mis bolsas y las maletas de Alexander al vehículo.

—La idea es primero llegar al hotel e instalarnos, pero ¿qué quieres hacer después de eso? —pregunta mientras yo miro el hermoso paisaje a través de la ventana.

—¿Lo que yo quiera? —lo miro, sin poder esconder la emoción por conocer el lugar.

—Sí, lo que tú quieras —responde con una pequeña sonrisa.

Vuelvo a mirar por la ventana y entonces me decido. La forma como inició mi matrimonio fue completamente indebida; obviamente, mi marido no es un buen hombre, pero no por eso debo estar amargada y prevenida todo el tiempo. También debo tratar de disfrutar los momentos que pueda, no puedo simplemente dejar de vivir.

—Lleguemos al hotel, debo cambiarme la ropa por algo más fresco y salgamos a conocer —digo decidida.

El hotel es, a falta de otra palabra que lo describa mejor, majestuoso. Si no quisiera salir de la zona del hotel, posiblemente el viaje sería igual de agradable. El lugar es hermoso y la vista de la habitación que nos asignaron es un sueño: preciosa, espectacular, cautivante, y creo que sigue mereciendo otro montón de apelativos exaltativos para el lugar.

Alexander dice que esto es una suite, y le creo sin dudarlo por su tamaño impresionante y el nivel de lujo que ofrece. Toda la decoración es suave y de un gusto exquisito. Si esta fuera una luna de miel tradicional, estaría disfrutando de las bondades del buen cuerpo de mi marido en muchos rincones de aquí, incluyendo la sala y aquel hermoso balcón. Desde ese balcón, planeo ver el sol emerger mientras el cielo cambia de colores y su reflejo llena el mar.

—Toma —me dice, pasándome una copa de vino y recostándose a mi lado en el balcón—, brindemos.

Recibo la copa y la acerco a mi nariz para disfrutar su aroma. No sé mucho de vinos, pero siempre he disfrutado su olor, y este huele especialmente bien.

—¿Por qué brindamos, marido mío? —digo sarcástica.

—Por nosotros, por los comienzos, por todo lo bueno que quiero y espero que vivamos —responde, restándole importancia a mi tono.

Chocamos nuestras copas, y aquella deliciosa bebida no duró mucho. Me gustó tanto que me aseguré de guardar el nombre del vino en mi memoria: Ourive. No sé si es el efecto del vino o de la grandiosa vista desde este balcón, pero me siento ahora más relajada, más liviana. Finalmente, entro a cambiarme para salir y presumir al atractivo hombre con el que estoy en esta hermosa isla.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora