Capítulo 82 - Traidora

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Jahaera era tan solo una niña.

La mayor parte de su vida la pasó en lecciones mañaneras con la septas Lydia sobre cómo una princesa debía comportarse en el mundo en que vivìan. Le enseñaban a ser complaciente, a comer, reir y hasta respirar con delicadeza. Practicaba danza con un instructor que su tío Daeron había recomendado y leía sobre la historia de la casa Targaryen tal y como su tío Aemond le contó que hacìa a su edad.

Pasaba con sus hermanos las tardes. Jahaerys insistiría en jugar al escondite o en pretender ser un par de aventureros que recorrían el mundo a lomos de Shrykos y Morghul. Inventaba comidas con ingredientes míticos y peleaba con monstruos imaginarios que quisieran dañar a su gemela - y a su noble escudero, el bebé Maelor-. Cuando se cansaba de correr por allá y por acá, preguntaría a su madre por su tía Nany y cuándo sería que se uniría a ellos.

Por la noche, cenaría con sus padres y abuela, en ocasiones también con sus tíos Aemond y Daeron. Se encargarían de escuchar todo lo que había aprendido en las lecciones que cada uno agregó a su día y ellos la escucharían atentamente, sonriendo ante la emoción de la niña. Jahaerys se tornaría verde de por la envidia que sentía cada vez que los adultos en la mesa se concentraran en ella y haría alguna payasada para que la atención volviera a él.

Jahaera había sido una niña. Antes de que todo comenzara, antes de que sus tíos fueran cegados por una ambición prestada y su hermano pagara el precio de tal cosa.

Jahaera ya no era una niña.

Sus mañanas eran solitarias. La septas Rylhu era cruel, llegando a golpear sus nudillos con una regla cada vez que ella se equivocaba contestando alguna pregunta. Varios días pasó preguntàndose cómo reaccionarían su padre y sus tìos al enterarse lo que estaban haciéndole, y varios días se imaginaba los horribles castigos que impondrían sobre la anciana mujer de màs arrugas que cabello.

Ya no leía. Ya no bailaba. Ya no pasaba las tardes con sus hermanos, madre y tía. Caminaría por los jardines con Maelor- y al menos seis guardias a sus espaldas. Helena ya no era capaz de mirar al pequeño, por lo que recaía en ella el enseñarle las maravillas del mundo.

Pero no sabía qué maravillas quedaban en un mundo donde la imagen de la ejecución de su hermano se reproducían cada noche en sus sueños.

Pero tenía tan sólo seis.

Jahaera ya no era una niña. La obligaron a dejar de serlo.

Quizás fue por eso que reconoció el peligro que representaban los guardias que vinieron a buscarla a ella, a su madre y a su hermano a sus aposentos. Haya sido por sus sonrisas torcidas por el asomo peligroso en sus palabras, supo que la calma antes de la tormenta había terminado.

Lo único que quedaba ahora, era caos.

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Daenyra fue arrojada en aquel salón como un saco de papas arrojado a las cocinas. Sus muñecas sufrían de la fuerza con la que aquella desgastada soga asfixiaba sus manos para evitar que siguiera peleando. Las piezas sobre el gran mapa que sus antepasados habían elaborado cayeron por los bordes cuando su cuerpo golpeó tal cartografìa.

En alguna vida lejana, se vería a ella y a Daemon jugando en ese mismo lugar. Inventarían alguna guerra, dividirían sus aliados por sorteo y lucharían con estrategias para vencerse el uno al otro. Frustrarían planes con traiciones, harían movimientos arriesgados y se burlarían del otro cuando hubiera caído justo en su trampa.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora