33. Por Escrito

9.3K 1.2K 678
                                    

"No tengo nada de tiempo, así que iré al grano, Mangel. Lamento si soy muy brusco, pero esto es necesario. Algo sucede. No sé bien si es en mí o en lo que me rodea, tal vez no haya diferencia. Pero algo (me) está sucediendo. En verdad no sé cómo explicarlo. No encuentro las palabras sin que mis manos comiencen a temblar. Pero lo intentaré. A pesar de que temo a la reacción que pueda llegar a tener mi cuerpo, lo intentaré. Y es que ya no puedo guradármelo más. Ya no puedo ni controlarme a mí mismo, Mangel, y no tienes idea de lo horrible que es esto. No saber si llorarás o si gritarás. No saber cuál sentimiento es el que se aproxima. Aunque, después de tanto meses, ya debería de haberme acostumbrado. Pero no es así. No es tan simple. No me he acostumbrado para nada y cada vez que siento, escucho o veo algo desconocido me aterra. Me aterra el no conocer qué se aproxima. Qué va a pasar. Cómo, cuando, dónde, en qué circunstancias. ¿Alguien saldrá herido? ¿Alguien será lastimado por mi culpa? No lo sé, no tengo idea de lo que soy capaz de realizar, ya ni siquiera me reconozco, ¿sabes? Tal vez he matado a alguien y ni siquiera me percaté de ello. Dios, no. No quiero ni pensar en eso. Mi querido Wilson, mi gatito anaranjado, ¿fueron mis manos las que te hicieron daño? No. No. No. No fui yo. Yo la vi. Vi cómo le abría su pequeño estómago con las uñas. Vi la sangre en sus dedos temblorosos. Yo lo vi. No fui yo. No fui yo, ¿verdad? No eran esas mis manos. Esas no eran mis uñas. No era yo. No es posible, joder. Ya no sé qué pensar, tal vez me estoy volviendo loco, de seguro estás pensando eso ahora. Y lo pensarías más si te dijera que cada mañana al levantarme en mi casa de Madrid escuchaba pasos en el pasillo. Y Raspberry maullaba todo el rato. Wilson también maullaba. Y aún puedo escuchar sus maullidos de vez en cuando aunque yo sé que no están aquí conmigo. Siempre a la misma hora; las tres de la mañana. Siempre. Siempre pasan cosas raras a esa hora. Es por eso que te llamaba cada noche hace unos meses. ¿Lo recuerdas? Te llamaba a esa hora porque tu voz me tranquilizaba, y joder, seguramente quisiste mandarme a tomar por culo muchas veces, pero no lo hiciste, y no sabes cuánto te lo agradezco. Escuchar tu voz por el móvil me hacía pensar en otra cosa que no fuera el sonido del agua de la ducha corriendo libremente desde el baño. O los pasos que se escuchaban en la cocina. O la pequeña risa que resonaba debajo de mi cama. Todos esos temores y hechos inexplicables desaparecían cuando me hablabas adormidalo desde el otro lado de la línea. Pero cuando cortabas la llamada las mierdas extrañas se quedaban por unas horas más. Pero yo no quería molestarte, maldita sea. No quería contarte todo lo que me estaba pasando porque me avergonzaba. Me avergonzaba imaginarme a mí mismo explicándote que tenía un jodido fantasma en mi casa. O tal vez varios, quién sabe. Así que no te conté. Además no estaba seguro de nada. Tal vez eran paranoias mías. Hasta fui al psicólogo por un tiempo, ¿sabes? Lo hice a escondidas de todos porque me daba muchísima vergüenza. Aunque sabía perfectamente que no había nada de lo que avergonzarse. Pero aún así, algo en mí se rehusaba a revelarle esa información a los demás. De todos modos aquel psicólogo no sirvió de nada. O tal vez era yo el que no servía. Practicamente no le conté nada a aquel hombre de anteojos que me observaba con curiosidad por una hora entera. Sólo hablé de algunos temores pasados que había tenido, visiones y experiencias que me parecían patéticas al escucharlas salir de mi propia boca. Ni yo mismo me las creía, ¿cómo iba a hacer que alguien más lo hiciera? Dejé de ir al psicólogo. Dejé de ir porque me sentía como un lunático al escucharme hablar sobre mierdas paranormales. Fue por esa época en la que te diste cuenta de que algo me pasaba. Me preguntabas constantemente si había algo que me estuviera atormentando, pero yo no era capaz de contarte. ¿Qué querías qué hiciera? ¿Que te dijera que escuchaba risas en mi habitación? ¿Que cada noche sentía como si mi colchón respirara bajo mi cuerpo recostado? ¿Los pasos en mi casa? ¿Los cortes de luz instantaneos que me obligaban a salir de ahí porque estaba terriblemente acojonado? ¿Las veces que me había ido a pasar la noche a un bar por miedo a estar en mi propio hogar? ¿Qué querías, Mangel? No es tan simple. No es simple y nadie lo entiende. Nadie sabe la desesperación que siento dentro de mí todo el puto tiempo. La desesperación que sentí cuando la vi por primera vez. Así es, Mangel, la vi. La vi un día en el que desperté a las tres de la mañana sin razón aparente. Ella estaba ahí, acurrucada en una esquina de mi habitación mientras que yo la observaba sin ser capaz de mantener una respiración constante. La vi en mi cuarto, frente a mis ojos, estaba contando de cara a la pared, como si estuviera jugando a las escondidas. Pero no contaba en español, Mangel. Contaba en noruego. En mi idioma. Escuchaba cómo susurraba con una pronunciación temblorosa e inexperta. Y eso hacía todo más escalofriante. No sabía qué hacer. No podía moverme, ni gritar, ni esconderme debajo de las sábanas, ni respirar. Sólo podía observarla. Escuchar cómo su cuenta iba bajando. 10, 9, 8, 7, 6... y no sabía qué pasaría cuando llegara al final. Tenía tanto miedo, Mangel. Comencé a rezar. A pedir. A temblar. A suplicar en voz baja a quien me estuviera escuchando. Empecé a prometer cosas estúpidas. A pedir perdón. A rogar por que el amanecer llegara de una vez. Todo con tal de que ella no llegara a pronunciar el "uno". Tenía ganas de vomitar. Sentía mareos a pesar de estar acostado en mi cama. Comenzé a sentir olor a quemado. Todo. Todo al mismo tiempo mientras que ella ya iba por el tres. Entonces quise morirme. Quise desaparecer y dejar de sentirme tan atrapado. Mi propio cuerpo me tenía aprisionado. Y cuando ella susurro "uno", la puerta frente a mí se abrió tan brucamente que pegó contra la pared de atrás, haciéndome soltar un grito de puro terror, y de allí salió Raspberry corriendo hacia mí. Cuando saltó a mi cama la abracé tan fuerte que creí haberle roto algo, pero cuando volví a mirar la esquina en donde estaba aquella niña que contaba de cara a la pared, sólo descubrí una gran mancha de sangre seca que daba la impresión de una pared sangrante. Después de ese día decidí decírtelo. Te lo iba a decir a ti Mangel, porque yo ya no podía ni comer tranquilo. En realidad dejé de comer. Simplemente no me apetecía. Todo me sabía asqueroso, y casi siempre tenía dolores estomacales. Quise decirte, Mangel. En verdad quise hacerlo pero nunca encontraba el momento. Tú siempre eras tan bueno conmigo, tan servicial y atento, y yo lo único que hacía era preocuparte más. Puedo notar cuando te preocupas, Mangel. No puedes esconderme nada a mí, te conozco demasiado. O tal vez no. Ya no estoy seguro de nada. Pero sí sé que lo que vi aquella noche en mi habitación fue jodidamente real. Tienes que creerme. Espero que no pienses que estoy loco mientras lees esto. Ese es mi mayor temor. Que me abandones o que me taches por lunático. Por eso no lograba decirte lo que me sucedía. Tenía mucho miedo. Miedo, miedo, miedo. Y mi miedo aumentó mucho más desde aquel día en el que ella comenzó a hablarme. La escuchaba susurrar en mi oído por las noches, y cada vez que me armaba de valor para abrir los ojos ella no estaba ahí. No había nadie en la habitación pero yo sentía su jodida respiración cerca de mi oreja. Sentía el calor de su presencia en mi frente sudada. Me decía que cerrara las cortinas de mi casa, que tuviera cuidado con salir al exterior de día. Me decía cosas horribles, cosas que no quiero escribir porque de solo pensarlo me estremezco. Pasé muchas noches despierto esperando a que el sol saliera, porque cuando cerraba los ojos la escuchaba y aquello no me permitía pegar ojo. Era simplemente imposible. Así que estaba cansado la mayoría del tiempo. Las pocas veces que lograba dormir no me servían de nada. Seguía sintiéndome cansado, como si ella se llevara parte de mis energías mientras que yo reposaba en el colchón. No lo sé, Mangel, no estoy seguro de nada, ya te lo había dicho. Intenté seguir con mi vida normalmente, en verdad lo intenté, pero cuando ella apareció en uno de mis videos casi pierdo la cordura por completo. Estaba horrorizado. Cuando subí el video no me percaté de que ella estaba ahí. Pero cuando comencé a leer los comentarios vi que muchos decían que había un fantasma detras de mí. Y efectivamente, se veía una sombra blanca media transparente moviéndose apenas junto a mi hombro derecho. Fue en el video que subí de Shrek, creo que era ese, ya no lo recuerdo bien. Además, la noche siguiente al día en que subí ese video descubrí golpes y moretones extraños en mi cuerpo. Ese fue mi límite, Mangel. Sentí tanta desesperacion que decidí salir de mi hogar. Tal vez el departamento estaba embrujado. No lo sabía realmente, pero era una posibilidad. Así que decidí dejar Youtube, dejar mi hogar, dejar Madrid y todo lo que me recordara las experiencias inquietantes. A ti no pude dejarte, obviamente. Tú me haces sentir seguro, y como te dije antes, la presencia de mis temores se hace débil cuando estás a mi lado. Ella se hace débil. Tenía la esperanza de que me dejara en paz, creía que se quedaría en el departamento, tal vez había vivido allí en una vida pasada. Tal vez sólo quería su territorio de vuelta, como en esas películas de terror japoneasas que yo tanto sufría. Mi mente no dejaba de fabricar posibles teorías alocadas que me hacían tener dolores de cabeza. Pero no, Mangel. Ninguna de mis teorías fue correcta, porque cuando estábamos en el avión, la vi desde mi ventana, estaba parada en la pista de aterrizaje, quieta y con ese vestido blanco algo desgastado cubriendo su pálida piel. Me sonreía, fue la primera vez que me sonrió. Y entonces lo supe, supe que estaba perdido, supe que ella me seguía a mí. Pero yo ni siquiera sé quién es ella, Mangel. Estoy muy asustado. Asustado por lo que sucedió esta mañana. Me había levantado temprano para despejar un poco mi mente. Así que salí a caminar y encendí un cigarrillo pero luego de eso mis recuerdos están borrosos. Sólo sé que mientras que sentía un extraño dolor en mis brazos, volví a escuchar su horrible voz. Me susurró al oído una nueva frase escalofriante, me dijo algo realmente horrible, algo que sinceramente... me ha hecho perder todas las esperanzas. Me dijo que no me quedaba mucho, Mangel. Me dijo que todo estaba próximo a terminar para siempre, a tan solo dos meses de distancia. Dos putos meses, tío. Me dijo que... que moriré. ME DIJO QUE MORIRÉ ¿¡Cómo se supone que aguante eso yo solo? Ayúdame, Mangel, te lo suplico por favor."

Si tuviera que explicar lo que sentí en aquel momento no lo habría logrado, no con las pocas palabras que poseía en mi limitado vocabulario. Definitivamente las palabras que yo conocía no alcanzaban para expresar la cantidad de emociones negativas que me cruzaron por la cabeza.

La libreta tembló al mismo tiempo que mis manos. No podía sacarle de encima los ojos a las palabras escritas allí, y sin embargo no las leía. Sólo obervaba la letra temblorosa y desprolija que acababa de leer por única vez. No pensaba hacerlo de nuevo, porque temía que todo tomara un sentido más allá de lo inexplicable, un sentido que me hiciera colapsar mentalmente.

Pestañeé en un intento por quitar la capa acuosa que se había formado sobre mis ojos, y levanté mis pupilas lentamente hacia Rubius.

-Tienes que creerme...- susurró cuando se percató de mi mirada en él.

Mi corazón golpeó con fuerza mi pecho y mi respiración se cortó repentinamente al escucharle decir aquello. Fue como si al percibir su voz diciéndome esas palabras que yo antes había leído, mi mente finalmente cayera en la cuenta de que esto estaba pasando realmente. Esto no era una simple juego. Era real. Real.

Rubius sólo seguía observándome, sentado en la cama frente a mí, suplicante, con lágrimas de desesperación en sus ojos.

-Por favor...- susurró con voz quebrada- Tienes que creerme... por favor... Mangel...

Tragué saliva bajando mis párpados, intentando evitar su mueca de frustración.

-Por favor...- sollozó una vez más cerrando sus ojos, rendido.

¿Qué se supone que debía decirle? No podía mandarlo a la mierda. No era tan simple, a pesar de que yo necesitaba tiempo para procesar todo, Rubius necesitaba una respuesta inmediata para aliviar su profunda desesperación.

Así que volví a mirarlo... y armándome de valor... lo dije.

-Te creo.

Quería creerle... quería confiar en que... Rubén no se había vuelto loco.

~~~~~

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora