39. Rojo

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-Miguel...

Me removí entre las sábanas sin despegar mis párpados pesados, aferrándome instintivamente al cuerpo que estaba cerca de mí. No sabía quién era exactamente pero su aroma suave aumentaba mi sueño placenteramente.

-Miguel...

Fruncí el ceño con debilidad, molesto por esa voz femenina que escuchaba a lo lejos. No me apetecía para nada despertar. Me encontraba tan a gusto...

-Vale... duerme tranquilo, cielo. Hay comida en la heladera por si quieren almorzar más tarde.

Sentí una suave caricia en mi cabello que me hizo suspirar con gusto. Me relajé, percibiendo aquel cuerpo tibio aún pegado al mío, y entreabrí mis ojos con algo de dificultad. Una mujer me observaba sonriente mientras que su mano acariciaba ahora los cabellos castaños de mi dormido acompañante. Pestañeé sin entender muy bien lo que estaba sucediendo e intenté aclarar mi visión. Estaba totalmente perdido; ni siquiera sabía qué hora era.

-Perdóname, no quería molestar. Sigue durmiendo Miguel, lo necesitas.- murmuró ella sonriente. Había un brillo particular en sus ojos, uno que aumentaba cuando posaba sus ojos grandes en la persona que yo abrazaba.- Descansen.

Fue entonces cuando la reconocí; era la madre de Rubius. Pestañeé una vez más, entreabriendo mis labios para hablarle. Pero estaba demasiado dormido como para pensar en una frase coherente. Hacía tanto que no dormía así de bien...

La mujer rubia sonrió una vez más antes de dejar la habitación silenciosamente, y cuando la puerta de la habitación se cerró y la oscuridad volvió a reinar a nuestro alrededor, me aferré al rendido Rubius y dejé que mi nariz se hundiera en sus cabellos sedosos. Su cuerpo delgado se removió perezosamente, acurrucándose más al mío de manera inconsciente. Ambos estábamos cubiertos por mantas calentitas que nos protegían del frío noruego; supuse que la madre de Rubius había sido la que nos arropó.

Cerré los ojos lentamente con la mente en blanco, y luego de unas cuantas respiraciones calmas, volví a quedarme profundamente dormido.

Fue un leve sonido bajo lo que logró sacarme del sueño algunas horas después. Me froté el rostro con la mano, confundido por el brusco despertar, y me moví entre las sábanas cálidas en busca de una nueva posición cómoda para descansar. Me sentía como un jodido perezoso, pero hacía semanas que no dormía tan bien y sinceramente, en aquel momento, me veía capaz de dormir por días enteros sin dificultad. Sin embargo, aquel extraño sonido inicial volvió a escucharse esta vez con mayor volumen, un volumen que ya no pude ignorar. Abrí mis ojos y observé con vista borrosa que estaba solo en la cama, lo cual me confundió aún más. ¿Acaso había soñado todo lo sucedido con Rubius? ¿Sólo me lo había imaginado? Aquel beso... no... no había sido un sueño; no podía serlo. Recordaba demasiado bien sus palabras, sus ojos llorosos, sus cálidos labios sobre los míos. Era imposible que aquello hubiese sido creado por mi subconsciente. Pero entonces... ¿por qué él no estaba aquí conmigo?

Suspiré adormilado y me coloqué boca arriba aún con todo el cuerpo pegado al colchón, y fue entonces cuando logré identificar el origen del insistente sonido. Giré mi rostro hacia un costado, y observé sorprendido el cuerpo de Rubius sentado en el suelo a unos pocos pasos de la cama. Me daba la espalda, por lo que no podía ver su rostro. Aunque sí alcanzaba a ver sus manos, las cuales metían ropa en una maleta frente a él. Arqueé una ceja, extrañado por ver cómo guardaba todo con movimientos rápidos y nerviosos. Casi lograba ver cómo sus manos temblaban bruscamente. Y de todos modos... ¿por qué estaba empacando?

-¿Rubius?- murmuré sentándome en el colchón. Pude ver cómo sus hombros se tensaban ante mi llamado. A pensar de eso, no volteó a mirarme.

-Duérmete Mangel.- susurró él con voz suplicante. Me estremecí con algo de temor. 

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora