28. El Noruego

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Almorzar con la familia de Rubius fue toda una aventura. Yo ni siquiera sabía cómo comer el enorme pedazo de salmón ahumado que tenía frente a mí, por lo que tuve que mirar de reojo cómo mi amigo lo hacía. Y luego de que probé el primer bocado quedé maravillado por el sabor tan fresco y natural del alimento. Mientras que comía con entusiasmo él iba explicándome cómo era que se sazonaba ligeramente el pescado con hierbas, pimienta y sal. Rubius sabía muchísimo sobre la gastronomía noruega, y no pude evitar mostrar mi asombro al verlo hablar de mariscos y pescados tales como el bacalao y el arenque con tanta naturalidad. A veces olvidaba que Rubius había vivido prácticamente la mitad de su vida aquí en Noruega.

Sentía que... de alguna manera, estaba comenzando a conocer aquella otra cara que él no mostraba tan a menudo. Le conocía, claro que sí, pero sólo al Rubius de Madrid. Ahora estaba maravillado por este noruego que cada vez tenía más confianza para contarme cosas interesantes acerca de la cultura peculiar de sus tierras.

¿Por qué me conmovía verlo tan emocionado? No lo sabía, pero era jodidamente enternecedor verlo hablar con tanta pasión sin que nadie pudiera pararlo.

-Rubén, hijo. No has comido nada.- le regañó su madre mirándole con ojos filosos luego de un rato. Él dejó de hablarme y luego suspiró blanqueando los ojos por breves segundos.

-No tengo hambre...- murmuró jugando con los cubiertos, removiendo los huevos revueltos de un lado a otro en el plato.

-Pues entonces deja que Miguel Ángel coma. Le estás cansando con tanto parloteo.- Reí por el comentario mientras que Rubius gruñía por lo bajo.

-No me molesta para nada. Los datos son muy interesantes. Además ya me acostubré a su parloteo.- sonreí sincero. Aunque me puse un poco nervioso al ver que repentinamete tenía la atención de toda la mesa.

-Mor...- se quejó Rubius fulminándola con la mirada.

-Vale, vale.- rió ella, y luego comenzó a hablar en noruego con la familia para que todos dejaran de mirarme. Agradecí el gesto, y luego seguimos con el almuerzo hasta que todos comenzaron a aplaudirle al abuelo de Rubius, el cual estaba sentado en la punta de la mesa. Arqueé una ceja, sin entender nada de lo que sucedía.

-Tío, que no me entero de nada.- susurré para que sólo Rubius me escuchara. Él río y luego susurró también.

-Mi abuelo fue el que pescó los salmones.- explicó, a lo que yo asentí, entendiendo por fin el por qué del sabor tan fresco del producto.

Luego de eso llegaron los postres, y seguramente debí de haber engordado un par de kilos por la cantidad y variedad que devoré sin pensarlo dos veces. Estaba delicioso, todo, absolutamente todo era riquísimo. Desde las tartas hasta la gelatina. Sentía que estaba comiendo en una mesa de reyes. Y lo mejor era que no me avergonzaba de comer mucho, ya que los demás parecían comer incluso más que yo.

-Esto está demasiado bueno, joder.- susurré con angustia mientras que ingería otro pedazo de tarta.

-Esa se llama Suksessterte- pronunció Rubius sin dificultad.

-Español por favor- pedí riendo.

-Tarta del éxito. La hizo mi tía.

-Pues dile que te pase la receta para Cheeto. Está delicioso.

Él sólo se limitó a reír al ver mi desesperación por seguir comiendo. Todas esas horas a escondidas en el gimnasio se estaban yendo a la basura, pero me valía mierda; estaba tan rico que podría comerme la tarta yo sólo. Lamentablemente no todos podíamos ser como Rubén Doblas, el cual sólo engordaba en su papada mientras que se mantenía siendo un palo en el resto de su cuerpo. Jodido suertudo.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora