85. Fuerza Renovada

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-Tranquilo, Miguel. Nosotros cuidaremos bien de él.

-Tal vez no debería irme...

-Es tu decisión. Pero nadie te señalará con el dedo si necesitas un tiempo. Eres humano.

-Él me necesita.

-Y tú necesitas ser fuerte para lo que viene. Porque esto no será fácil, Miguel. Tenlo por seguro.































-¿Miguel?

Giré mi cabeza, sorprendido al escuchar la voz de mi padre tras mi espalda.

Me sentí culpable al ver que estaba desaliñado, con su cabello revuelto parecido al mío cuando recién despertaba, y la oscuridad de la noche marcaba sus arrugas de expresión como si fueran sombras profundas en su rostro. Se veía casi tan cansado como yo.

-Papá...- saludé en voz baja, frotando mi nuca de manera avergonzada.- Perdona, no quería despertaros.

-Sólo yo te escuché salir de la casa, hijo. Son las cuatro de la mañana. ¿Todo en orden?

Suspiré a modo de respuesta, volviendo a mirar el río tranquilo frente a mí, aliviado ante la brisa fresca de la noche que acariciaba mi rostro.

No era la primera vez que salía de la casa para caminar por las calles de tierra oscurecida. No tenía miedo. Algarinejo se volvía casi fantasmal por las noches, y extrañamente aquella calma vacía del pueblo durmiente siempre apaciguaba mis pensamientos. Cuando era pequeño también solía escaparme de la casa para caminar de esta forma, y mis padres nunca se habían dado cuenta. Era una vieja costumbre que se me había quedado.

Fue por eso que me sorprendió ver a mi padre. Nunca antes habían descubierto mi sitio preferido junto al río. Era una desviación de unos pocos metros que conectaba al pueblo con el terreno boscoso.

-Tiene que ver con él... ¿verdad?- volvió a interrogar mi padre en voz baja, y luego vi de reojo cómo se sentaba a mi lado despacio sobre la tierra fría. Seguí enfocando mis ojos en la franja dispareja de luz que la luna creaba sobre el río frente a nosotros, permitiéndole al fin a mi mente perderse en recuerdos.

Lo sabía. Sabía que tenía que volver. Ya habían pasado dos semanas y a Rubius le dije que volvería en una, pero simplemente no había tenido el valor suficiente. Estaba muy cómodo con mi familia, en mi pueblo, en mi hogar. Me divertía con mi hermana, a la cual había extrañado mucho, y convivía con mis padres de manera relajada como siempre lo había hecho. Algarinejo era tan tranquilo como siempre, y cielos estrellados como el que ahora se extendía sobre mí valían la pena. Valían cada segundo de las noches en vela.

La verdad era que no quería volver, porque no quería ver a Rubius enfermo. Esa era la verdad enterrada muy en lo profundo de mi ser. Tan sólo recordarlo en el estado demacrado que se encontraba... confundido, ansioso, violento, asustado... todas aquellas imágenes de él gritándome y suplicándome que me quedara, que le creyera... los doctores medicándolo para que se calmara... sus lágrimas... todo aquello me hacía daño. Me sentía enfermo también, y no quería volver a sentirme así. 

Sabía que estaba siendo egoísta, pero no podía mentir sobre mis sentimientos. Ya los había aceptado.

Estaba aterrado.

-No quiero volver, papá.- murmuré con culpa, flexionando mis rodillas hacia mi pecho para esconder el rostro entre ellas.

Al instante sentí su mano posándose en mi espalda de manera conciliadora.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora