46. Fracaso

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Aquella fría mañana Rubius se encontraba más callado y pensativo de lo normal.

Aunque a decir verdad, parecía que cada vez que un nuevo día finalizaba él perdía una pizca más de su habla comúnmente hiperactiva y animada.

No eran ideas mías. El Rubius que yo conocía desde hacía muchísimos años iba desapareciendo poco a poco, transformándose silenciosamente en un ser decaído en sus momentos de soledad, y sólo activo y sonriente cuando alguien ignorante a su situación se aproximaba. Sólo conmigo tenía la confianza de mostrar sinceramente sus inquietudes resguardadas en lo más profundo de su pecho. Sólo me tenía a mí cuando necesitaba liberar una pequeña porción de sus sentimientos, sólo contándome y llorando en mi hombro era capaz de aliviar la presión y el miedo que se acumulaba en su mente cansada hora tras hora, lentamente, como un veneno que le iba consumiendo la cordura de manera paciente, pero mortal.

Y me preocupaba. A menudo me ponía a pensar... y me preocupaba que sólo me tuviese a mí. ¿Y si algo me sucedía? ¿Y si de alguna forma ya no podía estar para él? ¿Qué pasaría entonces? Me aterraba pensar que Rubius pudiese quedarse sólo. Algo en mí me decía que él no tendría el valor de contarle a nadie más todo lo que le estaba sucediendo. No otra vez. No todo de nuevo. Le había costado horrores el sólo hecho de ser sincero conmigo. ¿Cómo podría él repetir eso con otra persona? ¿Cómo le haría entender a esa persona? Y lo más importante... ¿podría esa persona creerle como yo lo hacía?

Rubius era fuerte, pero aquella fortaleza que yo tanto envidiaba en el pasado se estaba debilitando día a día, y con ella, todas sus esperanzas de volver a tener una vida tranquila y normal. Cada día se acercaba un poco más a su límite, y ni siquiera yo podía parar aquel lento proceso. No lo lograba, por más intentos que llevara a cabo, no lograba despejar por completo las preocupaciones que sólo iban en aumento dentro de su cabeza atormentada.

Y me daba cuenta de aquello cada vez que le veía como ahora. Así; callado y pensativo, desagradablemente ausente.

Pero por otra parte lo entendía. Después de todo ya había pasado otro mes, y la verdad era que no habíamos avanzado en nada. Esa era la única y cruda verdad que ninguno de los dos se atrevía a pronunciar en voz alta. Pero ambos estábamos conscientes de ella. Muy conscientes.

-¿Rubius?- decidí llamarle con cautela. Él estaba apoyado en el pequeño balcón de su departamento, mirando cómo la ciudad de Madrid comenzaba a despertar paulatinamente. Ya habían pasado aproximadamente quince minutos desde que yo había llegado hasta aquí, y acababa de salir de una rápida visita al baño que hice al llegar. Pero no me esperaba para nada encontrarme con esta imagen de un Rubius demasiado pensativo y callado al salir del pequeño cuarto de baño.

Él volteó hacia mí rápidamente luego de escuchar mi voz, sonriéndome de lado segundos después. Sus hoyuelos apenas se marcaron.

-¿Estás listo?- preguntó, alejándose del balcón y aproximándose a mí con las manos escondidas en los bolsillos de sus pantalones.

-Claro. ¿Y tú?- Le sonreí de vuelta, observando con angustia callada aquel opaco sombreado que le oscurecía los ojos desde el día en el que había visitado la tumba de Wilson. Aquel día... sí, fue aquel día en el que su mirada se oscureció levemente, casi de manera imperceptible. Pero yo lo noté. Parte del brillo verdoso en sus ojos se esfumó, y ahora sólo podía ver tonos castaños rodeando sus pupilas azabaches.

Él parecía no haberlo notado, y yo no me molesté en hacérselo saber. No quería causarle un decaimiento de ningún tipo por una estupidez como esta. No quería preocuparle con una observación tonta nacida seguramente de mi obsesión por sus ojos pardos. Rubius no merecía más preocupaciones que cargar.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora