-Muy bien, Miguel, ahora dime si te sientes cómodo con estas.- La mujer de ondulado cabello castaño acercó a mi rostro unas gafas muy similares a las que antes usaba, y luego me las colocó cuidadosamente; con mucha suavidad y lentitud. Pestañeé cuando ella alejó sin prisas sus manos, notando que mi visión se esclarecía rápidamente y los contornos de las cosas a mi alrededor se volvían nuevamente nítidos. Miré fijamente los atentos y grandes ojos marrones de la doctora de pie frente a mí, y fue un completo alivio poder notar con facilidad hasta los detalles más pequeños de sus iris oscuras.
Inhalé tranquila y profundamente aire por la nariz, desviando luego mis ojos para posarlos en los diferentes rincones del consultorio. Al fin... al fin podía ver todo con placentera precisión. En verdad era como si me hubieran lavado los ojos, dejándolos sanos y nuevos. Una especie de... visión ultra HD mejorada o algo por el estilo. Exhalé el aire que antes había retenido en un suspiro de puro alivio que hizo sonreír a mi doctora instantáneamente.
-Se sienten bien...- asentí volviendo mi mirada hacia ella. Elevé mi mano y rocé el contorno negro de los lentes con las yemas de mis dedos, percibiendo el grosor mínimamente más delgado que el de mis gafas anteriores.- Aunque estos se me hacen un poco más livianos...- terminé admitiendo.
-Al principio todos prefieren sus antiguas gafas, pero no te preocupes, Miguel. Terminarás acostumbrándote.- sonrió ella, completamente segura de su afirmación. Comenzó a caminar hasta su escritorio mientras que yo me ponía de pie, dejando atrás la camilla pequeña en la que antes estaba sentado.- En recepción te dirán el precio exacto de tus nuevas gafas. Si sientes alguna incomodidad o cualquier anomalía en tu visión no dudes en venir. Esas cosas casi nunca son exactas.- bromeó riendo.- Y... vale, creo que eso es todo.- terminó de decir, sonriendo con naturalidad sin quitarle la vista de encima a unos cuántos papeles sobre la madera de su escritorio.
-Vale, muchas gracias, doctora.- Le sonreí sincero y ella devolvió el gesto. Hacía mucho tiempo que era la doctora que se encargaba de mis ojos así que existía confianza y naturalidad en los modos de tratarnos.
-Agradécele a quien sea que haya roto tus lentes, ya extrañaba verte por aquí.- admitió volviendo su cariñosa mirada castaña a la mía.
-De hecho esa persona me está esperando afuera así que...- suspiré avergonzado por ser tan cortante, pero en verdad quería irme lo más pronto posible. Había estado toda la maldita consulta preguntándome qué estaría haciendo Rubius mientras yo me encontraba aquí probándome gafas tras gafas. Tal vez debería volver a usar lentes de contacto y a tomar por culo. Pero joder... en verdad odiaba las jodidas lentillas.
-Vale, vale, no te retraso más. Anda, no le hagas esperar.- Asentí sonriente y luego me aproximé a ella para darle un corto y rápido abrazo de agradecimiento.
Cuando dejé el consultorio atrás mis ojos nuevamente precisos gracias a las gafas no tardaron en posarse sobre aquel cuerpo a lo lejos que permanecía apoyado tranquilamente en la pared del pasillo, el cual era transitado por algunos doctores y pacientes del hospital, todos y cada uno de ellos enfocados únicamente en sus asuntos.
Rubius pareció verme cuando comencé a acercarme con las manos en los bolsillos, ya que inmediatamente giró su rostro serio hacia mi posición. Me alegró internamente ver de reojo cómo se formaba una sonrisa de lado en sus labios segundos después de que sus ojos escrutaran mi rostro con rapidez, pero ni siquiera me molesté en enfocarme en la curva de su boca, como normalmente hubiese hecho. Esta vez me encontraba más concentrado viendo su vestimenta, que por alguna razón ahora me gustaba más de lo normal. Aunque bueno... siempre me había gustado la forma de vestir de Rubius. Incluso muchas veces nos habíamos prestado alguna prenda despreocupadamente. Pero ahora... ahora había algo que en verdad no me dejaba quitarle los ojos de encima.
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Luces Fuera (Rubelangel)
FanfictionMi corazón golpeó con fuerza mi pecho y mi respiración se cortó repentinamente al escucharle decir aquello. Rubius sólo seguía observándome, suplicante, con lágrimas de desesperación en sus ojos. -Por favor...- susurró con voz quebrada- Tienes que c...