35. Temor Silencioso

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A causa de una poderosa tormenta de nieve que había surgido prácticamente de la nada, el autobús que nos llevaría de regreso a la casa de los abuelos de Rubius se había retrasado un poco en llegar a la terminal de Oslo, pero no lo suficiente como para que el viaje se cancelara. Aproximadamente, entre las diez y las once de la mañana, por fin pudimos subir al vehículo y refugiarnos en el calor artificial que logró hacer nuestros temblores corporales más amenos.

Fui yo el que se sentó al lado de la ventana esta vez, y me sorprendió ver que Rubius ni siquiera pareció inmutarse. Normalmente habría reclamado el lugar como suyo, siempre era él el que prefería ir al lado de la ventana. Normalmente se habría quejado, o habría bromeado de alguna forma sobre el asunto. Aún así no comenté nada al respecto.

Rubius parecía tener más frío que yo, ya que cuando se sentó a mi lado en los asientos acolchados se acurrucó lo más que pudo y frotó sus manos cubiertas por guantes en busca de más calor. Suspiré algo preocupado cuando vi sus hombros sacudirse levemente por un repentino escalofrío.

-Toma - dije mientras quitaba mi campera lentamente de mi cuerpo. Se la ofrecí, y él, en vez de negarse como pensé que haría, me arrebató el abrigo de las manos y se lo echó encima casi con desesperación. Reí enternecido por su nariz y mejillas rojas a causa del frío. Podía notar fácilmente los cambios de color en su rostro ya que era de piel blanca.

-Gracias. Me estoy congelando, joder.- se quejó hundiendo la mitad de su cara bajo el abrigo.

-Eres un tonto. Te dije que te haría frío con sólo esa sudadera y la campera.- dije orgulloso por haber tenido la razón al final.

-He soportado fríos más intensos que este. La tormenta de nieve me tomó por sorpresa, es todo. Además, hacía mucho que no venía a Noruega en pleno invierno. Me he desacostumbrado.- se justificó tiritando en su lugar.

-Ya...- resoplé.- Eres el típico noruego que se cree inmune al frío.- Él rió sin separar sus labios.

Giré mi cabeza hacia la ventana cuando el autobús comenzó a moverse. Me quedé mirando la inmensa cantidad de nieve que había en el exterior, y cómo caía más y más desde el cielo, siendo acompañada por fuertes ráfagas de viento. A pesar de que era de día las densas nubes cubrían casi toda la luz solar, dándole a la mañana un aspecto algo sombrío y oscuro, pero no desagradable a mi parecer.

Suspiré, y el vidrio se empañó.

Estaba casi seguro de que anoche Rubius no había dormido nada. Cuando desperté esa mañana enredado en las sábanas y frazadas, él ya no estaba a mi lado. Lo vi con el teléfono en mano, ya vestido y preparado para salir, y me sonrió levemente antes de seguir hablando en noruego. Estaba pidiendo el desayuno.

Había logrado notar las grandes sombras oscuras bajo sus ojos pardos, esos que tenían un toque de grisáceo que los hacía brillar más de lo normal. Era increíble cómo sus ojos parecían cambiar dependiendo del clima, del reflejo de la nieve o de su estado de ánimo. En fin, tal vez sólo eran imaginaciones mías, pero ese no era el punto. El punto era que sus ojeras más marcadas de lo normal no habían pasado desapercibidas para mí. Tampoco su pálido rostro decaído, ni el cansancio que demostraba su postura corporal fatigada.

Sin embargo, cuando le pregunté cómo había dormido, me aseguró que estaba un poco cansado pero que había logrado cerrar los ojos por más de cinco horas. No le creí, obviamente, porque se rascó la sien de manera distraída. Siempre hacía eso cuando estaba nervioso. Se delataba él mismo.

Aún así, no insistí, pero quería hacer algo para ayudarlo. El problema era que no sabía cómo.

Tampoco sabía cómo ayudarlo con el otro tema. Ese que ni siquiera podía asimilar mentalmente porque me parecía algo totalmente ridículo y descabellado. Pero eso no significaba que no creía en sus palabras. Pude ver la sinceridad en sus ojos desesperados. Él no mentía, y aquello me aterraba aún más porque Rubius me estaba planteando un problema del cual yo no conocía en absoluto la solución. Quería ayudarlo, claro que sí, pero no sabía cómo, y aquello me hacía sentir una constante y molesta impotencia.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora