50. Hielo

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No sabía con exactitud cuánto tiempo había pasado desde que mis párpados finalmente se habían cerrado con debilidad. Tampoco me interesaba saber. En aquel momento nada me interesaba realmente.

Mis manos sostenían mi cabeza rendida, y mis codos apoyados en la mesa permanecían flexionados y entumecidos, totalmente quietos. Ya no los sentía, tampoco me esmeraba en cambiar de postura para evitar que todo mi cuerpo encorvado se acalambrara. No me quedaban fuerzas para realizar ningún movimiento, por lo que sólo permanecí sentado contra aquella mesa pequeña de la cocina, respirando en silencio y dejando que el tiempo pasara con callada lentitud. Nada se escuchaba en el solitario departamento, y mi mente en verdad lo agradecía.

Por largos minutos (o quizás horas) no tuve consciencia de nada claro a mi alrededor. Me limité a respirar y a descansar mis ojos ocultos bajo mis párpados pesadamente cerrados, manteniendo la mente totalmente en blanco. Sólo cuando mis oídos adormecidos captaron el bajo sonido de la puerta abriéndose a lo lejos, consideré con abatimiento la posibilidad de levantarme a comprobar quién era. Pero luego deseché la idea al instante, y dejé que el tiempo siguiera pasando. Seguramente aquel sonido ni siquiera había sido real, seguramente estaba soñando cosas incoherentes en medio de mi honda inconsciencia.

Relajé mi cabeza aún más entre las palmas de mis manos.

-¿Mangel?- Una vocecita débil se coló en mis oídos con tanta timidez que me vi obligado a removerme un poco ante el inesperado estremecimiento desagradable que me recorrió la espalda. Suspiré débilmente sin separar mis párpados, percibiendo apenas el sonido de unos pasos que se acercaban a mí lentamente.- Mangel.- volvió a llamarme la voz, esta vez con más proximidad.

Sentí el contacto de una mano grande posándose suavemente en mi hombro, y entonces mi mente poco a poco comenzó a despertar por completo junto a mi anatomía aún adormecida. Otra mano grande se posó sin brusquedad en mi cabeza, y las suaves caricias que comenzó a darme en aquel sector lograron hacerme entreabrir los ojos.

Me ardían y no veía con completa nitidez debido a la ausencia de mis gafas, pero no me fue difícil identificar el cuerpo de Rubén inclinado hacia el mío a un costado de la mesa. Pestañeé clavando mi mirada dormida en la suya, la cual parecía atenta y preocupada, enfocada totalmente en mí.

-Hola...- susurró, pero no le respondí. Me enderecé sin prisas, quitando mis manos de mi cabeza, y él alejó de inmediato las suyas de mí.- ¿Estás bien?

-¿En dónde estabas?- ignoré su pregunta y formulé la mía con voz ronca y lenta. No contestó, por lo que volví mis ojos oscuros a los suyos. Se veía... asustado, y yo aún no me encontraba lo suficientemente despierto como para entender el por qué. Aún no me interesaba entender el por qué.- ¿No respondes?- presioné con cansancio.

-Yo...- balbuceó bajando la mirada.- Yo... yo dormí en la casa... e-en casa del padrino.

-No me llamaste.

-¿Eh?

-Que no me llamaste.

-Olvidé... mi móvil.

-Lo sé.- murmuré. Busqué con mi mano dentro del bolsillo de mis pantalones, y de allí saqué su oscuro celular apagado.- Toma.- se lo tendí sin mirarlo, y luego comencé a ponerme de pie. Fruncí el ceño y apreté los labios al percibir un dolor general en mi brazo izquierdo antes inmóvil, por lo que decidí relajarlo a un costado de mi cuerpo y me limité a realizar todo lo demás con el brazo derecho.- ¿Estás bien?- le pregunté a Rubius, el cual me observaba atentamente aún de pie a un lado de la mesa. Pasé mi mano por mi cabello rápidamente, desordenándomelo sin razón para después ir hacia la nevera en busca de algo que refrescara la sequedad de mi garganta.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora