Luces Fuera (Rubelangel)

38. Liberador

Agarrándole la mano firmemente comencé a caminar hacia el cuarto de al lado, ese que me habían prestado mientras me alojaba aquí. Le llevé conmigo, dispuesto a sacarlo de aquella habitación oscura y gélida que parecía tener una negativa energía densa. Él sólo me seguió con la mirada gacha, caminando con algo de dificultad por los temblores corporales que le daban debido al frío. Su mano se sentía helada junto a la mía, demasiado helada para mi gusto.

-¿Miguel?- me detuve en medio del pasillo al ver a la madre de Rubius al final de las escaleras, mirándome preocupada desde el piso de abajo. Sus ojos alarmados se posaron primero en su hijo inexpresivo y luego volvieron a clavarse en mí, buscando algo que le diera la respuesta de todo lo que estaba aconteciendo. Pero ella no sabía que yo también estaba buscando esa respuesta desesperadamente.

-Necesita abrigarse. Yo me ocuparé.- le expliqué. Pero Rubius no sólo necesitaba calidez, también necesitaba tranquilizarse y reaccionar porque ahora mismo parecía una persona completamente diferente.

-¿Debería llamar a un médico?- preguntó ella subiendo un escalón.

Sentí cómo la mano de Rubius comenzaba a apretar un poco más la mía, como si me estuviera suplicando que aquella llamada al médico no se concretara. Suspiré.

-No se preocupe, la llamaré si es necesario.- contesté sonriéndole para tranquilizarla.

-Pero...

-¡Mamá!- la nueva voz se escuchó al mismo tiempo que una niña hizo acto de presencia. La observé recordando lo bien que habíamos comenzado a llevarnos a pesar de nuestras numerosas diferencias. La hermanita de Rubius había empezado a aprender español con mi ayuda en las últimas semanas, era una forma que teníamos ambos de matar el tiempo. Me llevaba muy bien con ella y aunque solo había logrado que pronunciara algunas palabras sueltas y básicas, definitivamente era una muy buena aprendiz. Yo también había aprendido algo de noruego con su ayuda. Ella se colocó junto a su madre y luego subió la mirada hacia nosotros de manera curiosa.- ¿Rubén?- preguntó con su extraña pronunciación al ver a su hermano junto a mí.

La mujer de cabello rubio inmediatamente sostuvo la mano de su hija y la sacó de allí, dirigiéndola hacia el salón y hablándole calmadamente en noruego, tal vez inventándose algo para contraatacar las preguntas inocentes de la niña.

No esperé a que volvieran. Seguí mi camino hacia mi habitación y una vez dentro cerré la puerta tras mi espalda. Rubius seguía con la mirada en el suelo cuando le solté y me acerqué a la ventana para cerrar los vidrios, con el único fin de que el aire frío no entrara. No quería que se enfermara más de lo que ya parecía.

Finalmente me volví hacia él y lo vi sentado en la cama, inmóvil y con un semblante serio. Fruncí el ceño, suspirando con algo de enojo. Odiaba tanto esa expresión. Odiaba con todo mi ser verle triste o decaído, y últimamente esa era la única manera en la que se le podía apreciar. Parecía haber perdido completamente la ganas de sonreír.

-Pienso que mañana deberíamos ir a la iglesia.- empecé a hablar, intentando llamar su atención. Sin embargo, parecía que él estaba ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor.- Fui allí hoy y le expliqué a un sacerdote lo que te sucede. No me creyó, pero estoy seguro de que lo hará si tú vienes conmigo y le explicas mejor.

No contestó.

-Rubius...- murmuré realmente necesitado de escucharle hablar. Caminé hacia la cama y me coloqué de cuclillas frente a él, quedando cerca de su cuerpo encorvado. Tomé valor y cogí sus manos inquietas con las mías, comenzando a darle suaves caricias sobre sus nudillos para que se calmara. Parecía alterado, pero era como si algo lo estuviera reteniendo de explotar.- Por favor... dime qué hacer y lo haré. Pero en verdad... te necesito conmigo en esto.- supliqué angustiado.