No le dejé sólo. Cuando volvimos a su departamento, prácticamente me colé en su casa y le obligué a recostarse un rato en la cama de su habitación. Él obedeció a regañadientes al comprender que yo no tenía intenciones de irme, y luego de unos minutos llenos de quejas por su parte, finalmente estuvo tapado por completo con los cobertores hasta la cabeza. Yo sabía bien que Rubius no quería molestarme, pero lo que él no entendía era que, lo que más me incomodaba, en realidad, era dejarle sólo. Desde que habíamos vuelto a Madrid ya no pasábamos tanto tiempo juntos como en Noruega. Yo vivía en mi hogar haciendo mis cosas y él en el suyo, aunque casi siempre nos veíamos prácticamente todo el día debido a nuestros rutinarios intentos fallidos por conseguir la ayuda de una iglesia. Después de cada fracaso, siempre terminábamos despidiéndonos y cada uno seguía su camino.
Y allí estaba el problema; cada vez que nos separábamos, yo sentía las fervientes ganas de volverle a ver lo más pronto posible.
Antes aquello no sucedía. No con tanta fuerza al menos...
Mi cuerpo se llenaba de una extraña ansiedad, una ansiedad hecha de nervios, miedo, y pulso acelerado. Todas aquellas sensaciones me molestaban hasta el momento en el que volvía a verlo. El miedo no se calmaba hasta que mis ojos le vieran bien. Mis nervios no se iban hasta que me atreviera a romper la distancia entre nuestros cuerpos con la sola intención de abrazarle. Y mi pulso acelerado... sólo se alocaba y se calmaba de repente al percibir sus labios sobre los míos. Así sin más... el besarnos en nuestros momentos de soledad se había vuelto un secreto silencioso. No había explicaciones, tampoco palabras de amor, ni sensaciones dichas en voz alta. Sólo éramos nosotros satisfaciendo la necesidad de pertenecernos mediante el suave tacto entre nuestras bocas juntas. A veces él se acercaba a mí... otras veces yo le buscaba. También solíamos hacer bromas para relajar la intensidad de la situación cuando simplemente la vergüenza nos superaba.
En resumen... todo era demasiado confuso. Pero era agradable y me gustaba. Rubius me gustaba de verdad.
-Me cago en la puta... qué cursi me he vuelto...- gruñí en voz baja, cabreado por mis propios pensamientos que parecían decorados con brillitos y serpentinas de colores.
Cerré la puerta de la habitación de Rubius con delicadeza al percatarme de que al fin se había dormido. Me había encargado de asegurarme que se encontrara bien después de aquel extraño comportamiento que había mostrado en la iglesia.
Aún me sentía un poco preocupado con respecto a todo lo que había pasado. Su comportamiento tan agresivo, y luego aquella vacía mirada fija y clavada en sus pies; parecía haberse ido de un momento a otro, perdiendo la consciencia pero manteniéndose de pie y con los ojos abiertos. Frío. En verdad me daban escalofríos tan sólo recordarlo. Fue por eso que luego de arropar bien su cuerpo gélido con todas las sábanas y mantas decidí salir de la habitación para dejarle tomar una pequeña siesta reparadora. Le haría bien dormir. Se veía muy cansado.
Cuando finalmente me alejé de su cuarto, comencé a dirigirme al salón con el propósito de ver la televisión... sólo para distraerme un rato. Estaba cansado de pensar tanto todo el tiempo; lo mejor sería ver una buena película de acción llena de explosiones y tiroteos que no requiriera mucho análisis mental de mi parte. Sí... definitivamente sería lo mejor. Mi cabeza necesitaba un descanso de tanta mierda junta y yo se lo iba a dar.
Me dejé caer en el cómodo sofá de Rubius y me acurruqué entre todos sus muñecos de pokémon, sintiéndome finalmente a gusto y relajado por completo. Usé la almohada de "siempre tuyo" para acunar mi cabeza, y luego busqué el control remoto con mi mirada impaciente. Bufé divertido al ver que había aplastado al pobre con mi propio culo, así que lo quité de allí y después lo usé para apuntarle a la pantalla curva frente a mis ojos.
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Luces Fuera (Rubelangel)
FanfictionMi corazón golpeó con fuerza mi pecho y mi respiración se cortó repentinamente al escucharle decir aquello. Rubius sólo seguía observándome, suplicante, con lágrimas de desesperación en sus ojos. -Por favor...- susurró con voz quebrada- Tienes que c...