16. Marcas

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Cuando la puerta de la habitación de invitados se abrió me levanté del sofá rápidamente y caminé hacia el doctor, el cual parecía estar cansado por su aspecto adormilado. Me había encargado de llamarlo como hacía tres horas aproximadamente, ya que en verdad me había preocupado por Rubius y el estado en el que había quedado.

-¿Cómo está?- murmuré sin poder elevar la voz.

-Le he suministrado un calmante para que durmiera un poco. Se veía bastante cansado. Los cortes en su frente y mejilla no son muy graves afortunadamente.- informó haciéndome soltar un suspiro de alivio- Sus cuerdas vocales están algo lastimadas por forzar su voz demasiado fuerte. Tendrá que tomar este medicamento por unas semanas- prosiguió entregándome un papel en donde varias notas se veían en tinta negra.- Rubén está bien, sólo debe reposar su cuerpo y su voz.

-¿Su cuerpo?- pregunté sin entender.

-Posee varios golpes en su cuerpo. Le he examinado por precaución y he descubierto numerosas marcas moradas y grisáceas en su piel. Principalmente en sus brazos y estómago. ¿Tienes idea de qué puede haber llegado a ocasionar aquello?

-Yo... no tenía idea...- volví a hablar en un tono bajo, apretando el papelito con los nombres de los medicamentos en mi puño. ¿Qué cojones estaba sucediendo?

-Miguel.- habló seriamente. Le miré.- Sabes que soy de confianza. Tu familia y yo nos conocemos bien y... no dudes en preguntarme lo que quieras acerca de tu amigo- Observé a Charles atentamente, y terminé asintiendo con pesadez.

Charles era un talentoso doctor, amigo de mi padre. Siempre había sido él el que nos sanaba cuando no podíamos ir al hospital de inmediato, ya que era un "médico a domicilio". Con sólo una llamada, Charles siempre acudía en nuestra casa de Algarinejo para ayudarnos en lo que necesitáramos, y con el paso del tiempo, este buen hombre de ya 40 años se había hecho un buen y confiable amigo de nuestra familia. Para mi suerte se había mudado a Madrid así que nuevamente lo tenía cerca.

Por eso no había dudado ni un segundo en llamarle cuando me percaté de que Rubius en verdad se encontraba mal. Luego de aquellos gritos escalofriantes que había pegado al estar encerrado en la habitación, el pobre terminó desmayándose en mis brazos, y al notar que la fiebre comenzaba a manifestarse en la calentura de su frente ensangrentada y el leve sudor en sus sienes, le supliqué a Charles por teléfono que viniera a ayudarme lo antes posible.

No podía llevarlo al hospital. La lluvia de Madrid se había intensificado a tal punto de inundar las calles, y yo no tenía coche para llevarlo a urgencias. Tampoco sabía conducir de todos modos. ¿Llamar una ambulancia? Seguramente tardaría horas en llegar, y para ese entonces estaba seguro de que Rubius ya estaría delirando por la fiebre y desangrándose por sus heridas en la frente y mejilla.

Vale... tal vez exageraba un poco, pero en aquel momento el pánico había logrado superarme. Ver a Rubius en ese estado había sido horrible y angustiante.

-No sé qué sucedió Charles...- hablé suspirando nuevamente- El comenzó a gritar y... cuando quise saber qué era lo que sucedía, la puerta de la habitación estaba cerrada. No pude entrar. Sus gritos...- sacudí mi cabeza, intentando borrar el desagradable recuerdo de su voz desgarrándose.-... daban a entender que había alguien en la habitación con él. Pero yo no vi a nadie cuando entré. ¿Debería llamar a la policía? Tengo... miedo.- terminé por confesar.

La mano amable de Charles se posó en mi hombro, brindándome apoyo.

-Tal vez... no había nadie en la habitación...- murmuró lentamente.

Le miré sin entender.

-¿Qué?

-Lo que quiero decir... es que tal vez nadie estaba en la habitación con él. Me dijiste que las ventanas estaban cerradas cuando Rubén quedó encerrado en la habitación. Es prácticamente imposible que se metieran a la casa...

-¿Qué me estás diciendo, Charles? No entiendo...

Él sonrió con tristeza.

-Digo que... a menos que creas en fantasmas... Rubén debería considerar ver a un psiquiatra.

Una sensación completamente desagradable me recorrió el cuerpo entero al escucharle decir aquello. ¿Psiquiatra? ¿Rubius yendo a ver a un psiquiatra? ¿Por qué...?

No... eso... eso no...

Charles no me dio tiempo para pensar. Luego de curar mi propio brazo, el cual había usado para destrozar la puerta de la habitación principal, me dijo que debía irse ya, y luego de disculparme cinco veces por haberlo llamado con la terrible lluvia que se desataba afuera, Charles se despidió con una sonrisa amable y me hizo saber que podía llamarle cuando yo lo quisiera. Me dejó un par de indicaciones básicas más para tratar a Rubius y luego se largó rumbo a su departamento que quedaba a unas pocas cuadras de este. Jodida casualidad y suerte había tenido.

Suspiré cerrando los ojos un momento y me apoyé en la puerta de entrada, sintiendo mis músculos completamente debilitados. Todo el estrés más el cansancio acumulado comenzaban a pasarme factura. Estaba drenado mental y físicamente, así que en ese momento no podía pensar con claridad.

Lo único que sabía, era que cuando Rubius despertara tendríamos que hablar. Las cosas se estaban saliendo de control, y ya era hora de aclarar un par de asuntos que me estaban jodiendo el cerebro.

Joder... mi cabeza dolía mucho.

Abrí los ojos de golpe al escuchar un fuerte trueno desde el exterior. Uno bastante sonoro y prolongado. Eso logró sacarme de mi estado aletargado. Aún así podía notar que mis párpados luchaban por cerrarse otra vez. Caminé lentamente hacia el sofá, dejándome caer en este con peso muerto. Mis ojos se cerraron antes de que yo pudiera adquirir una posición cómoda para descansar, pero no me importó. Me estaba muriendo de sueño y necesitaba con urgencia una siesta. El ambiente de la casa de Rubius seguía siendo oscuro, así que no me costó relajarme, a gusto en la oscuridad del salón que me invitaba a dormir en paz al menos unos merecidos minutos.

Ni siquiera supe en qué momento caí rendido por completo, pero una extraña sensación de... miedo... me invadió por escasos segundos antes de dormirme profundamente. Una sensación causada seguramente por mi mente cansada, que ya comenzaba a imaginarse cosas raras en la oscuridad.

Sí. De seguro era mi mente cansada la que se imaginaba a alguien invisible a los pies del sofá, observándome.

Definitivamente tenía que dormir.






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Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora