26. Amable Bienvenida

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-¿Mangel? ¿Qué te pasa, tío? ¿Estás bien?- su voz logró sacarme de mis pensamientos. Agité de lado a lado mi cabeza levemente para volver a la realidad, y luego le miré fijamente. Acabábamos de bajar del avión, y ahora estábamos finalmente en el aeropuerto de Noruega. Rubius se había encargado de todo el papeleo y demás... mientras que yo le observaba, simplemente con demasiadas cosas en la cabeza como para prestar atención a algo en concreto.

-Sí, ¿por qué?- respondí rápidamente, haciéndome el desentendido.

-Pues... te quedas mirando la nada como gilipollas todo el rato. Estás raro, es todo.- explicó, y luego comenzó a toser un poco, cubriendo su boca con su mano. Me preocupé al verlo de esa manera. Recordaba que antes de llegar aquí él me había confesado que no había estado muy bien de salud. Una simple fiebre, había asegurado. Pero ahora parecía estar convirtiéndose en algo más por la intensidad de su tos y el tono ronco en su voz.

Y además... sus ojeras habían vuelto a acentuarse bajo sus ojos. Y yo sabía el por qué. Aunque no terminaba de entenderlo por completo.

-¿Ves? Te has vuelto a quedar tildado.- se quejó chasqueando sus dedos frente a mi rostro. Pestañeé una vez más, e intenté concentrarme de una vez por todas.

-Perdona, es que... en el avión sucedió algo bastante extraño.- admití comenzando a caminar hacia la salida con mi maleta ya en mano.

-¿Qué fue?- preguntó siguiéndome los pasos.

-Bueno... en realidad tiene que ver contigo.- Iba a decirle la verdad, no tenía sentido mentirle. Además quería explicaciones.- En el vuelo me desperté un momento, pero cuando me giré en el asiento para seguir durmiendo, tú no estabas a mi lado. Así que te busqué, y... te encontré en el baño.- le miré de reojo, pero lo único que pude observar fue su rostro lleno de confusión.

-¿Qué dices, Mangel? No recuerdo haber ido al baño anoche.- aseguró dirigiendo la mirada al. suelo. Pero pude ver claramente cómo rascaba su sien de manera inconsciente. Y yo sabía bien que esa acción la hacía sólo cuando estaba nervioso.

-Rubius...

-¡Rubén!- escuché que gritó alguien a lo lejos, interrumpiéndonos.

Ambos levantamos la mirada rápidamente, y observamos a una mujer sonriente saludándonos a un par de metros de nosotros. Su mano izquierda estaba unida a la de una pequeña niña que miraba a Rubius con ojos grandes y brillosos; totalmente verdes.

-¡Mamá!- gritó mi compañero, y luego dejó la maleta a mi lado para comenzar a correr hacia ellas. Me sorprendí por el tono angustioso de voz que usó al llamarla; incluso me pareció escuchar su voz algo quebrada, como la de un niño que desea desesperadamente sentirse protegido en los brazos de su madre. Aunque obviamente, Rubius no era ningún niño.

Sostuve la maleta abandonada con mi mano libre y comencé a caminar hacia ellos. Sonreí al ver cómo Rubius abrazaba a su madre con posesión mientras que su hermanita le abrazaba por la cintura. Era una tierna escena familiar digna de una fotografía. No quería arruinar aquel momento, así que cuando llegué junto a ellos me quedé parado a un lado, mirándolos sin borrar mi sonrisa.

-Rubén.- nombró la mujer sonriendo entre el abrazo apretado que le estaba dando mi amigo. Luego de eso comenzó a hablarle en noruego mientras que le daba palmaditas en su espalda, y a pesar de que yo no entendía para nada el idioma comprendí que estaba intentando tranquilizarle.

Ahora me daba cuenta de que cuando Rubius me dijo que necesitaba estar con su familia... hablaba muy en serio, y una ola de culpa volvió a azotarme el pecho cuando me recordé a mí mismo intentando hacer que se quedara en Madrid.

Observé cómo Rubius asentía tranquilo ante las extrañas palabras de su madre. Se separó lentamente mientras que limpiaba disimuladamente sus ojos brillantes y luego se centró en su hermanita, la cual lo recibió con un tierno abrazo y un beso en la mejilla que le dio luego de que Rubius la alzara en brazos.

Me quedé embobado mirándole con una pequeña sonrisa en mis labios. Rubius se veía muy tierno con su hermanita, haciéndole tiernas cosquillas, acariciándole el cabello castaño y sonriéndole con orgullo. Ese brillo tan notorio que crecía en torno a sus pupilas cada vez que la miraba con cariño desbordante.

-Miguel, es un gusto tenerte por aquí.- pestañeé repetidas veces cuando escuché una voz hablándome, la cual interrumpió todos mis pensamientos. Giré rápidamente mis ojos hacia ella, la madre de Rubius, Bente, la cual me observaba con una amable sonrisa.

-Gracias por recibirme.- le devolví la sonrisa más sincera que pude formar.

-Ni lo menciones, es un placer tenerte aquí. Gracias por acompañar a Rubén.- tenía un extraño acento al hablar, como si el noruego y el español se hubieran fusionado en su lengua. No era la primera vez que la veía, pero no recordaba aquel peculiar tono en su modo de hablar. Supuse que se le habría pegado el acento.

Asentí sintiendo aún un poco de culpa, ya que Rubius prácticamente me había rogado que viniera con él. No me sentía muy merecedor de ese último agradecimiento.

Luego del pequeño reencuentro, la amable mujer de cabellos rubios nos llevó a todos en su coche hacia la casa de los abuelos de Rubius.

En esa casa, Rubius solía pasar algunos inviernos y navidades, él mismo me lo había contado, y ahora que yo visitaría el lugar por primera vez, una extraña emoción crecía y se exparcía por mis venas a medida que nos acercábamos más y más.

Durante todo el viaje Rubius se dedicó a parlotear en noruego con su hermana mientras que su madre iba enseñandome el paisaje y los lugares que transitábamos a una velocidad media. Noruega era un lugar en verdad impresionante. Todo estaba bellamente cubierto de nieve blanca y pura, ya que la naturaleza abundante de los alrededores parecía favorecer la fácil limpieza visible. Hacía un frío acojonante, pero valía la pena aguantar los temblores corporales al ver por la ventanilla del coche tales majestuosos paisajes.

Y todo de volvió aún más bello cuando el sol terminó de salir entre las montañas. En ese momento Bente y la hermana de Rubius, Liv, comenzaron a cantar en noruego una extraña canción simpática a la que Rubius se unió con gracia luego. No entendí nada así que me encogí en mi asiento y continueé observando el paisaje con tranquilidad, incluso cuando ellas pararon de cantar y Rubius volteó a observarme brevemente, a lo que sólo le sonreí.

Cuando al fin llegamos a la casa, un par de horas después, Rubius salió prácticamente corriendo del auto como si de un niño se tratase. Su hermana salió detrás de él, y yo sólo me limité a reír con su madre mientras que ambos les veíamos jugar en la nieve como un par de críos. Los abuelos y primos de Rubius no tardaron en salir a saludar, y aunque me sentí algo fuera de lugar, la madre de Rubius se dedicó a presentarme amablemente hablando en noruego. Yo reía cada vez que escuchaba cómo ellos intentaban saludarme en español, logrando formar palabras extrañas que parecían salir de la boca de un alienígena. Todos fueron muy amables conmigo, por lo que la incomididad que sentí al principio del día fue desapareciendo poco a poco.

Aunque no entendía muy bien por qué había tanta gente saliendo de la casa. Todos parecían haberse reunido sólo para recibirnos.

Eso era lo que pensaba, claro... hasta que escuché un grito en español que me dejó helado.

-¡Rubén! ¡Feliz cumpleaños!

Quise que la tierra me tragara.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora