89. Luca Doblas

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El primer día del mes de febrero visité como todas las mañanas a Rubius en el hospital, encontrándome nuevamente con su rostro exhausto y sus ojos apagados de siempre mirando por aquella ventana junto a la que, al parecer, le gustaba sentarse.

Me quedé a su lado por una hora y media, contándole tranquilo y lento que una familia había comprado ya nuestra antigua casa, y que yo había terminado de mudarme a un departamento pequeño cercano al hospital. El dinero de la casa vendida alcanzaba de sobra para pagar los medicamentos y tratamientos que el seguro del hospital no llegaba a cubrir, por lo que ni Rubius ni su familia deberían preocuparse por nada de eso. Le conté que nuestra, ahora antigua, vecina Ushio había ayudado en la mudanza, y que me había pedido seguir en contacto y que contáramos con ella para cualquier situación que lo requiriera. También le hablé sobre sus fans, los cuales como siempre le dejaban buenos deseos y mensajes muy largos, todos queriendo que se recuperara pronto y que volviera cuando se sintiera mejor. Ellos no conocían todos los detalles de lo que sucedía, pero no había que ser un genio para adivinar que Rubius no estaba bien, y las teorías en internet sobre él abundaban nuevamente. Obviamente no le conté aquello último.

Me acomodé despacio en mi asiento junto a Rubius, sin dejar de observar atento si había alguna reacción de su parte ahora que yo había dejado de hablar. Era bastante desalentador convivir con su plana actitud diaria, pero yo sabía que no era su culpa. Los medicamentos eran muy fuertes y yo consideraba constantemente pedirle al doctor que ya no le administrara tantos. Aún así, sabía que sin esos ansiolíticos y antidepresivos Rubius se ponía peor: agresivo, amenazante y peligrosamente deprimido, sin contar el pánico y los ataques delirantes. Todo aquello que yo tanto tiempo había visto en el pasado al estar junto a él... no quería que se repitiera.

Eso no significaba que muchas veces no tuviera ganas de salir cagando hostias de este lugar, llevándome a Rubius conmigo.

Los otros pacientes nunca se acercaban a él. Nadie lo hacía desde aquel incidente en donde muchos se lastimaron contra las paredes en este mismo salón. Ni siquiera aquellos amigos que yo pensé que había hecho, Daniel y Fernando, volvieron a acercarse a él. A veces los pillaba viéndome de reojo cuando lo visitaba, pero nunca se acercaban a saludar. Simplemente se quedaban sentados en aquellos almohadones que estaban frente a la televisión, callados y distantes. A veces hasta me parecía ver a Fernando temblar cuando Rubius hacía un simple movimiento como mover el brazo para rascar su cuello.

El hematoma en el cuello de Rubius no había desaparecido, y tampoco había dejado de darle comezón. Cuando pregunté a una enfermera si podían hacer algo ella me aseguró sonriente y amena que ya le aplicaban una crema en sus controles, los cuales sucedían todos los días. Para mi tranquilidad, ella me informó que aquello ayudaba a Rubius a dormir mejor.

Me costaba creerlo, porque Rubius siempre se veía cansado.

Suspiré y miré desanimado el reloj de pared a unos cuantos metros de nosotros, sabiendo que la hora de visitas ya había terminado.

-Me voy...- murmuré hacia él, poniéndome de pie segundos después. Rubius no movió su mirada hacia la mía, pero cuando posé mi mano sobre su cabeza para acariciar delicadamente algunos de sus mechones castaños, él pestañeó despacio y sus ojos parecieron aclararse por un mínimo momento.

Inclinó lento la cabeza, y entonces me miró.

Sonreí melancólico.

No era la primera vez que pasaba. Poco a poco yo había aprendido qué cosas le agradaban y qué otras no tanto. Una vez, por ejemplo, lo había abrazado fuertemente ya que mi día no había sido para nada bueno y en verdad necesitaba de él, pero Rubius reaccionó alejándome con un empujón brusco y luego de eso se puso de pie con dificultad y se apresuró a salir de la sala común para dirigirse a su habitación sin volver a mirarme. Aquel día lloré como un crío al volver a mi solitaria casa, pero luego recordé que no podía ser tan impulsivo alrededor de Rubius. Él no estaba bien. Intenté además no ser tan duro conmigo mismo, recordándome que no había nada de malo en haberme equivocado. El psicoterapeuta de Rubius también me había ofrecido un par de sesiones y me insistió que no me sintiera miserable al no ser correspondido como antes, ya que Rubius estaba atravesando un momento difícil, así como yo también. Ambos nos estábamos adaptando y estaba bien. Fue por eso que luego de una semana, en vez de un abrazo apretado opté por acariciar su cabello sutilmente, y cuando él pestañeó largo y giró su cabeza para mirarme fijamente me emocioné tanto que no pude evitar que mis ojos se empañaran.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora