52. Entre Penumbras

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Tuve que retrasar nuestro viaje a Algarinejo. Tuve que hacerlo, porque Rubius recayó nuevamente.

Él no estaba bien. En realidad nunca lo había estado del todo, pero al menos los últimos días había estado comiendo. Sonreía y reía conmigo cuando yo me proponía a distraerlo. Se quedaba menos tiempo pensando en "situaciones negativas" y hacía un esfuerzo por olvidar y seguir adelante junto a mí. Antes él quería mejorar, o al menos se esforzaba por estar bien para no agobiarme.

Pero ahora... luego de lo sucedido con Wilson, la oscuridad parecía haber vuelto para envolverle por completo una vez más. Y lo único que yo podía hacer era estar a su lado y sentirme impotente. Inútil.

A la mañana siguiente, después de que Rubius supuestamente hubiese visto a Wilson correr hacia la cocina, yo me encargué de buscar al gato por todo el departamento. Tengo que admitirlo: me sentí estúpido haciéndolo, ya que tanto Rubius como yo sabíamos perfectamente que Wilson había... fallecido hacía ya bastantes semanas, por lo tanto era imposible que se encontrara por los alrededores. 

Pero Rubius juró una y otra vez haberlo visto. Con lágrimas en los ojos me aseguró que no se lo estaba inventando. El terror y desconcierto profundo que cubría su mirada era escalofriantemente real, y aquello fue suficiente para que yo, como siempre, le creyera ciegamente.

Así que lo busqué. Busqué al gato muerto por la casa, sin saber exactamente si prefería encontrarlo o no. No sabía qué pensar, mi cabeza no estaba como para fabricar teorías o sacar conclusiones. Yo sólo podía caminar y examinar con mis ojos todo el lugar, buscando algo que muy en el fondo sabía que no estaría allí.

No lo encontré, por supuesto que no lo hice, y cuando se lo hice saber al asustado Rubius, lo único que pude hacer fue abrazarlo nuevamente para consolar sus temblores corporales que no habían parado en toda la noche anterior. Noche en la que ninguno de los dos había logrado conciliar el sueño. Ni siquiera nos habíamos atrevido a movernos del sofá. Estábamos demasiado confundidos y dependientes del otro como para separarnos. Sólo los primeros rayos de sol que se colaron horas después por las ventanas consiguieron tranquilizarnos levemente.

Pero aquello tampoco duró mucho.

Rubius cerró todas las cortinas y ventanas, haciendo que la cálida luz ya no pudiera servirnos de iluminación. Fue exactamente como en el principio de todo, y personalmente, lo sentí como si fuese alguna clase de indeseado deja vu: Rubius corriendo de acá para allá, cerrando su hogar como si quisiera protegerse del exterior, asegurando las ventanas con manos temblorosas, gritándome cabreado cada vez que yo intentaba abrir o hacerle salir al menos unas horas al aire libre. No había caso, él estaba volviendo a comportarse de manera paranoica, tal y como cuando todo recién comenzaba. Sólo que ahora yo sabía perfectamente sus razones.

Y aún así no sabía cómo ayudarle.

Algunas ideas se me pasaron por la cabeza, claro. Muchas de ellas me parecían cada vez más acertadas a medida que los días trascurrían velozmente: Llamar a su madre o al padrino y contarles lo que sucedía. Recurrir a la ayuda de mis amigos, de mi familia e incluso pensé en Charles, nuestro "doctor a domicilio" que ya tantas veces me había ayudado en el pasado. Cualquier idea me hubiese servido o sido útil, de no ser porque Rubius se negaba rotundamente a que alguien más se enterara de su "situación". Cada vez que yo intentaba razonar con él terminaba cabreándose, mandándome a tomar por culo con palabras hirientes que yo sabía que en realidad él no sentía, por lo que sólo me limitaba a hacer oídos sordos y dejarlo pasar, siendo siempre paciente. Su actitud hacia mí había comenzado a cambiar para mal, no me fue difícil notar aquello.

Así transcurrió una semana, entre penumbras de todo tipo, y en todo ese tiempo no me atreví a dejar a Rubius sólo. A él no parecía interesarle mucho mi constante presencia en su oscurecido departamento, pero tampoco demostraba molestia al tenerme allí. Sólo me ignoraba y se metía a su habitación, encerrándose y haciendo caso omiso a mis llamados desde el otro lado de la puerta. No tenía muy en claro qué era exactamente lo que él hacía allí adentro, pero al darse cuenta de que en verdad yo me estaba preocupando demasiado, Rubius decidió "tranquilizarme", diciéndome de una manera un tanto tétrica que necesitaba estar sólo para arreglar algunos asuntos que tenía pendientes. Me dio miedo preguntar a qué se refería exactamente, por lo que sólo asentí y le hice prometerme que al menos almorzaría y cenaría lo que yo le preparara. Él se encogió de hombros, aseguró que no hacía falta que le tratara como a un niño, y luego volvió a encerrarse, dejándome aún más preocupado y confundido.

Luces Fuera (Rubelangel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora