XVIII

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01 de octubre de 2021

Querida Julia:

Hay algo que no pude sacar de mi mente por varios días luego de la visita al cementerio: tu dichoso comentario sobre una supuesta cita entre nosotras y mi reacción. A decir verdad, nunca había pensado tanto en ese tema (dos personas del mismo sexo saliendo y no en un plan amistoso) como esos días. Vivíamos en una mala época para ser «personas diferentes», era algo que se evitaba en las conversaciones. «Esas personas... los "homófilos" están enfermos y necesitan ayuda... ¿Verdad? ¿O no?», así eran las preguntas que me hacía a cada instante para intentar convencerme.

«¿Por qué me puse tan nerviosa cuando Julia dijo eso? ¿Por qué tenía que bromear así? ¡A ella ni siquiera le gustan las bromas! ¿Qué pensará ella sobre eso? ¿Acaso será de "ellos"? Que este tipo de pensamientos acudan a mí, ¿me vuelve una enferma? No, claro que no, Isabel. Nunca me ha gustado algún hombre, pero eso no quiere decir que esté enferma. Tengo 21 años y casi toda la vida por delante; pronto llegará mi alma gemela, lo sé, un hombre con quien tener una gran familia, como se espera de mí.»

Me exasperaba que una broma tan ínfima hubiese hecho tantos estragos en mí. Es decir, tú de seguro ni la recordabas y yo tenía un tornado en mis pensamientos.

Si todo eso ocurrió al cuestionarme qué estaba bien y qué mal, podrías imaginar la locura que tuve en el proceso para darme cuenta de que te quería más que como amiga; aunque de eso hablaré después.

Con amor,

Isabel

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