XXXIV

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25 de noviembre de 2021

Querida Julia:

Hoy finalmente, después de tanto tiempo, te acercaste al piano, dudando a cada paso que dabas. Ayudamos para que te sentaras en el banquito y pasaste los dedos por cada tecla, acariciándolas, reconociéndolas.

Tus ojos se tornaron tristes, inclinaste la cabeza cerrándolos, con una mueca en la cara, como si no pudieses con tus pensamientos. Pulsaste un par de teclas y después entregaste todo de ti para tocar Vocalise se Serguéi Rajmáninov. Alejandro y yo nos quedamos en silencio, dejándonos penetrar por toda la tristeza que emanaba de esa pieza y de ti; cerré los ojos, no soportaba verte tan vulnerable y, gracias a la música, me dejé llevar otra vez por los caminos de mi memoria.

La última vez que habías tocado piano, tu enfermedad estaba en su apogeo. Todo sucedió en el 2019. Estábamos en casa de Andrés pasando la Navidad. Tocar el piano era lo único que te tenía calmada esos días, por lo que pasaste casi todo el tiempo interpretando diferentes piezas en el viejo piano de tu sobrino.

Te encontrabas tocando Réquiem de Mozart con la misma pasión de la primera vez, cuando casi al final de la pieza te equivocaste, algo que nunca había sucedido desde que te la aprendiste de arriba abajo y de lado a lado; todos nos sentamos en silencio, impactados. Frunciste el ceño y volviste a intentar justo esa parte. Otra vez te equivocaste. Respiraste profundamente y fuiste a por dos intentos más; en todos fallaste.

Me di cuenta de cómo tu cuerpo se tensaba, tu mirada se puso fiera aunque tus facciones siguieran tranquilas. Di un par de pasos en tu dirección, temerosa de lo que pudieras hacer; Gabriela, como médica prevenida que siempre ha sido, ya tenía en mano un calmante para inyectártelo por si las cosas se salían de nuestras manos.

—Julia —te llamé, mas hiciste caso omiso, como si no me hubieses escuchado. Repetí tu nombre un par de veces más con el mismo resultado.

Iniciaste desde cero la pieza, controlándote un poco, buscando calmarte. A los siete segundos habías vuelto a equivocarte. Persististe, tratando de no flaquear en ningún momento. Al décimo sexto intento comenzaste a llorar y a golpear las teclas sin ton ni son; me acerqué a ti y puse una mano en uno de tus hombros para calmarte, pero la apartaste de un manotazo.

—Julia, por favor, cálmate —te pedí.

—¡Cállate! —me gritaste, y como aún estaba detrás de ti, me empujaste con todas tus fuerzas; si no es por Mauricio, que me agarró a tiempo, habría caído encima de la pequeña mesa de vidrio que estaba ahí cerca.

Gabriela no dudó en acercarse luego de eso y te inyectó el calmante de una vez, te sostuvo en sus brazos hasta que te quedaste quieta; con ayuda de su hermano te llevaron a la habitación de invitados, donde dormiste seguido hasta el siguiente día.

Desde ese día no te volviste a acercar al piano, no soportabas verlo siquiera, entrabas en crisis; hasta hoy.

Con amor,

Isabel

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