III

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04 de julio de 2021

Querida Julia:

Si no me equivoco, nunca te conté acerca de la primera vez que te «escuché», que te sentí. Aún no habías nacido. Aquel día de hace tantos años, justo por estas fechas, mi mamá me dejó con la tuya porque tenía asuntos urgentes por atender; así que fui con la señora Judith, tu mamá, a una consulta con su doctor. Yo tenía cinco años, por lo que no entendía mucho de esas cosas; nunca acompañé a la mía cuando ella estaba embarazada de Ida, mi hermana menor.

—A ver cómo van las cosas por aquí —dijo el doctor Herrera, mientras cogía su estetoscopio.

Yo miraba todas las cosas curiosas que él tenía en ese amplio despacho, me paré al frente de un esqueleto muy alto, aunque yo no sabía qué era, por supuesto.

—¿Por qué él no se mueve, doctor? —pregunté inocentemente, volteando a verlo, pero él estaba ocupado escuchando y palpando la gran barriga de tu mamá.

Indagadora como siempre, me acerqué en silencio sin apartar la vista. Imagino que él me sintió llegar, porque me atrapó in fraganti; me sonrojé hasta las orejas y bajé la mirada al suelo.

—¿Quieres escuchar? —preguntó muy amable. Asentí de forma casi imperceptible—. Ven, vamos a ponerte esto. —Se quitó el estetoscopio y me lo colocó, pendiente de que quedara bien—. Perfecto —dijo al cabo de unos segundos—. Escucha. Sé muy atenta.

Tomó el otro extremo y lo puso encima del vientre de la señora Judith, cerré fuertemente los ojos para concentrarme mejor en el sonido del que me advirtió el doctor. No escuché nada al comienzo y la impaciencia surgía poco a poco. De repente «bum, bum, bum». Abrí los ojos.

—¿Qué es? —Casi chillé de la emoción, ¡qué cosa tan rara!

Le quité de la mano el diafragma (el cual no sabía que se llamaba así) y lo moví animada por toda la barriga. Ellos se carcajearon al ver mi reacción. Luego, lo puse en la mía, esperanzada en escuchar lo mismo; pero no oí nada y los miré con lágrimas en los ojos.

—Yo no tengo «bum, bum», ¿por qué? —pregunté desanimada.

Ellos rieron más.

—Porque aún no es tu tiempo, princesa —respondió el doctor, quitándome el estetoscopio con cuidado—. Te prometo que cuando seas más grande...

—¡Pero ya soy grande! —me quejé, interrumpiéndolo.

—Más grande como la señora Villarreal, Isabel —me explicó pacientemente.

Crucé mis brazos enfurruñada. ¡No era justo! Yo quería tener ese «bum, bum» dentro de mí. Fui a sentarme en una silla que estaba apartada hacia una esquina del consultorio y me quedé ahí sin decir nada por el resto de la consulta.

No me despedí del doctor Herrera, pero sí acepté el chupetín que me dio cuando nos íbamos. Tampoco tomé la mano de tu mamá, aun cuando me lo pidió de forma muy amable. Era una niña, qué quieres que diga.

Nos sentamos en un parque para gastar un poco más de tiempo. La señora Judith no quería volver aún a su casa, me confesó con una expresión triste; así que acepté sin rechistar. Balanceaba mis pies de adelante hacia atrás ‒primero el derecho, después el izquierdo‒ mientras me comía el dulce.

—Isabel. —Volteé a ver tu mamá, ella me tendía una de sus manos con una sonrisa. Entrecerré los ojos, aun así, le di la que tenía libre y ella la llevó a su panza. La miré sin entender—. Espera, ya vas a ver. —Le hice caso y me prohibí impacientarme, era lo menos que le debía por haberme portado mal antes—. Háblale, Isabel. Háblale a la bebé —murmuró al minuto.

—Ehm. —Me quedé en silencio mientras pensaba—. ¿Hola, bebé? Soy Isabel... Cuando salgas de ahí jugaremos mucho, pero primero tienes que explicarme, por fis, cómo entraste ahí. —Sentí una pequeña patada en mi mano, incliné mi cabeza confundida—. ¿Qué fue eso? —inquirí, y otra vez el movimiento.

—¡Se está moviendo! Creo que está emocionada por jugar contigo cuando nazca.

—¿Emocionada? ¿Cómo sabes que eso es una ella?

—Presentimiento de madre —susurró, como si de un secreto se tratase. No lo entendí.

Con amor,

Isabel

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora