09 de junio de 2022
El amanecer llegó, trayendo alegrías a algunas personas, aunque ciertos corazones se arrugaron al verlo; entre esos estaba el de una mujer sentada frente a la ventana de su cuarto, cabellos blancos cubrían su cabeza hasta más arriba de los hombros, tenía en sus mejillas huellas de lágrimas pasadas, sus ojos color café estaban vacíos y miraban sin ver el nuevo amanecer.
Un leve toqueteo la sacó de su ensimismamiento minutos más tarde, abrió los labios pero no logró que su voz saliera; volvieron a tocar la puerta y luego oyó unos pasos alejándose por el pasillo. Agarró su bastón, apoyado contra la ventana, y se incorporó, sintiendo sus huesos quejarse por haber pasado toda la noche sentada (y, además, también había estado postrada en una silla el día anterior). Escuchó algo caer al piso, bajó la mirada y vio una caja y hojas que se habían salido de ésta por la caída, suspiró y volvió a sentarse para poder recoger todo.
Cuando hubo guardado las cartas de nuevo en la caja y ésta en su clóset, pasó a su baño para asearse, se vistió, recogió su cabello en una cola y se maquilló un poco, no quería que sus ojeras se vieran tanto, no quería a la gente encima de ella. Salió de su habitación y se encontró en el pasillo a un chico de cabello negro y ojos azules escondidos detrás de unos lentes, que se quedó petrificado al verla, aunque le regaló una especie de sonrisa.
—Buenos días, señora Isabel. El señor Emilio ya está afuera esperándonos.
Le tendió el brazo para que se apoyara en él, no obstante, ella sólo se lo apretó en un gesto cariñoso y siguió de largo. Al salir por la puerta principal de la casa, el sol le dio de lleno en la cara, levantó su mano derecha para cubrir sus ojos un poco y caminó hasta un carro gris estacionado frente a su casa.
—Hola, Emilio —susurró, después de sentarse en el asiento del copiloto.
El hombre le respondió el saludo, dándole una mirada triste; Alejandro se sentó en los asientos de atrás y arrancaron hacia la funeraria.
Apenas estaban abriendo el sitio cuando llegaron, veinte minutos después. Tuvieron que esperar alrededor de diez minutos para que les abrieran la sala velatoria; Isabel caminó hasta la urna que estaba al final de la habitación, Emilio fue detrás de ella y, al llegar, fue el encargado de abrir la tapa del ataúd.
Dentro de éste, reposaba una mujer mayor, de cabello blanco corto, estaba vestida con una blusa color pastel y un pantalón beige (que no era visible); tenía las manos entrelazadas arriba de su estómago, y entre éstas se encontraba un rosario de plata y otro de madera; su cara, de facciones finas y surcada por pocas arrugas, denotaba paz.
Isabel respiró hondamente, aguantando las lágrimas. Palpó los bolsillos de su pantalón y sacó una pequeña caja alargada, donde estaban los lentes de su amada; la besó y la dejó arriba del vidrio que cubría el cuerpo de la mujer.
—No quiero que allá a donde vayas no puedas ver nada por mi culpa —susurró, antes de deshacerse en llantos y apoyarse en Emilio, quien la llevó hasta una silla cercana y la ayudó a sentarse.
Poco a poco fueron llegando las personas. Vecinos, exestudiantes de Isabel o de Julia, compañeros de trabajo de Emilio y mucha más gente que tenía años sin ver o nunca había visto, incluso en un momento vio a Alejandro acompañado por una chica de cabello castaño que no dejaba de abrazarlo (no pudo evitar pensar que ya sería hora que él saliera con alguien).
—¿Abu?
Retiró la mirada del ataúd para fijarla en una personita que tenía delante. Una niña de cinco años la miraba sonriente, tenía su uniforme de preescolar impoluto y cargaba un morral en su espalda; al ver que su «abuela» se había fijado en ella, se acercó más y la abrazó lo más fuerte que pudo, escuchándola llorar.

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Un minuto más
RomansaCombinando el presente y el pasado, Isabel hilará los diferentes hechos de su vida para poder narrarle, a través de cartas, su historia a su amada; recorriendo viejos caminos, pero esta vez sin compañía. Historia destacada en el perfil @FiccionGener...