CIV

449 72 11
                                        

25 de mayo de 2022

Querida Julia:

Hoy se cumplen 30 años desde que nos alejaron de ella. Y por más que lo estuve evitando todo este tiempo, ha llegado el momento de hablarte sobre eso.

Hace mucho tiempo, tú y yo acabábamos de salir de cenar en un restaurante, íbamos caminando por la calle para ir a nuestra casa cuando escuchamos un llanto en un callejón. Te acercaste sin dudarlo, a pesar de que yo no quería. Y detrás de un contenedor de basura, dentro de una caja, había una bebé de no más de seis meses.

La tomaste entre tus brazos. Yo estaba paralizada, no sabía qué hacer. Me acerqué a ti y la observé un poco mejor. Estaba muy delgada, nunca he visto a un bebé tan delgado como ella; su piel era oscura, así como sus ojos y su cabello. Era hermosa. Se ganó parte de mi corazón con tan sólo mirarme a los ojos.

—Por Dios, la abandonaron —expresé lo obvio.

—No la podemos dejar aquí —susurraste, mientras la mecías entre tus brazos.

Quiero hacer esto corto y rápido, porque recordarla aún me duele.

Analizamos nuestras opciones y decidimos ir a una iglesia que estaba por ahí mismo, pues sabíamos que ir a una estación de policías era caso perdido ya que era domingo y no querrían hacerse cargo de la bebé.

Sin embargo, en la iglesia no pudieron ayudarnos. Un incendio cerca había dejado damnificadas a varias familias y no daban abasto.

—Puedo notar que son buenas personas, y por eso les sugeriré esto: esperen a mañana y van a la estación para entregar a la niña, ahorita lo que harían sería retenerlas a ustedes para que cuiden a la bebé, quién sabe cuántas horas, porque no tienen a nadie para estos casos. Lo sé de primera mano. Claro, también pueden ir a la otra estación, que está a una hora caminando, aunque no se los recomiendo, es muy tarde para que estén solas en la calle.

Le agradecimos y seguimos su consejo.

De camino a la casa, paramos en una farmacia y compramos lo que creímos necesario. La bebé dormía profundamente.

—¿Será normal? —te pregunté—Los bebés que he conocido lo único que saben hacer es llorar.

Te reíste levemente y la miraste embobada.

Al día siguiente, la entregamos a la policía. Un oficial nos sugirió que nos podía ayudar si queríamos adoptarla. Nos emocionamos. Por fin podríamos formar la familia que queríamos.

Durante un año, él nos llenó de esperanza y nos fue quitando dinero poco a poco; a la niña lográbamos verla al menos una vez cada semana y media, desde lejos, nunca nos dejó acercarnos.

Unos meses antes del día fatal, le diste un collar al oficial con una pequeña medalla de la Virgen de Coromoto y que por detrás tenía las siglas J.V.

—Esta medalla la tenía cuando la encontramos —le mentiste al hombre, pues yo sabía que era tuya y te la había dado tu abuela cuando naciste—. Se la habíamos quitado para dormir y luego no recordaba dónde la había puesto. La encontré hace unos días. Es de ella —insististe—. Si usted pudiera dársela...

Él te miró suspicazmente pero te creyó. Se despidió de nosotras y lo vimos ir al patio donde estaba jugando la niña, saludó a la encargada y le entregó el collar.

Al cumplirse un año y seis meses de haberla encontrado, por fin creímos ver avances en los papeles de adopción. Sin embargo, todo se vio arruinado cuando te besé de la felicidad al saber que en unos meses podríamos tener una hija (aunque, legalmente, sería sólo mía).

—Isabel —te separaste de una vez y miraste asustada al oficial.

Él nos veía sorprendido, y unos segundos después frunció el ceño.

—¿Ustedes dos...? —Se aclaró la garganta—. ¿Ustedes dos tienen... tienen una... relación? —La última palabra la pronunció con asco. Nosotras nos quedamos calladas y su mirada pasó de la sorpresa a la repugnancia—. No voy a dejar que esa pobre criatura esté con unas degeneradas como ustedes.

—Pero...

—Largo. Váyanse y olvídense de esa pobre inocente. ¡Largo!

Dirigió su mano hacia su arma, en una amenaza silenciosa. Tú te levantaste agarrando mi mano y me jalaste hacia la salida.

Y así fue como se acabaron nuestros sueños de ser madres, ya habíamos agotado nuestras otras opciones: tú eras infértil y yo había sufrido de un cáncer años antes que había causado que me quitaran los ovarios.

No volvimos a saber más nunca sobre esa niña que se robó nuestros corazones. Han pasado 30 años y no tengo esperanzas. Lo único que nos une a ella es la medallita, si no la perdió en todo este tiempo. Espero que le esté yendo bien en la vida y sea una gran mujer, hecha y derecha.

Con amor,

Isabel

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora