XIII

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15 de septiembre de 2021

Querida Julia:

No sé si hago bien relatando nuestra historia de manera tan salteada. En un momento no has nacido, al otro estamos en la treintena, luego somos niñas... Pero los recuerdos vienen a causa de determinadas situaciones. De igual forma, trataré de comenzar a escribir con más secuencia y evitar tantos saltos en el tiempo.

Hoy Ligia se va a quedar a dormir aquí; dentro de poco inician las clases y quiere estar con nosotras en sus últimos días de vacaciones. Llegó hace tres horas más o menos. Está en el patio jugando con Ruffin.

El doctor Quiroga pasó por aquí más temprano. Dice que, por los momentos, no es necesario que venga todos los días, por lo que se pasará a monitorear todo tres veces a la semana. Confío en él.

Creo que Ligia ya viene, puedo escuchar su risa.

Todo se queda en silencio y la puerta de nuestra habitación se abre poco a poco. Ella asoma su cabecita y me sonríe.

—¿Puedo pasar, abu?

—Claro que sí, cariño. No hace falta que lo preguntes.

Camina en silencio, Ruffin está pegado a sus talones. Ligia se sienta suavemente en la orilla de la cama.

—No me habías dicho que tenías esposo ni nietos —dices herida.

—No tengo —respondo, sin levantar la vista de esta carta—. Es mi sobrina bisnieta —añado, y te veo asentir por el rabillo del ojo.

—Hola, pequeña. ¿Quién eres? —Volteas a mirarla con una sonrisa.

—¡Ligia! Mucho gusto.

—Yo me llamo... —Me miras confundida, alzó la vista y moviendo los labios te indico «Julia»— Julia.

No puedo evitar soltar un par de lágrimas. Me escondo detrás de la carta para que ninguna me vea.

Quiero que recuerdes, mi amor.

Con amor,

Isabel

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