XXIX

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04 de noviembre de 2021

Querida Julia:

Todos se van, amor mío. Todos los que conocemos y vimos crecer comienzan a irse. Y nosotras dos seguimos aquí, aunque te pierdo un poco más con cada día que pasa. ¿Cuántas personas veremos partir hasta que el Señor nos lleve bajo su manto? El lunes, Crookshanks nos abandonó, y ayer se fue el pequeño Elías.

Así como lo lees, mi vida. Nuestro Crookshanks se nos fue, nos dejó. Él sufría de displasia de cadera, diagnosticada al mes y medio de estar con nosotras; al principio fue leve, pero con el pasar del tiempo fue empeorando. Andrés intentó operarlo en aquel entonces, sin embargo, Crookshanks resultó ser alérgico a la anestesia y no se pudo concretar la operación. Hicimos todo lo posible para que no viviera con dolor, seguimos al pie de la letra todas las indicaciones, le suministramos todos los medicamentos viables. Nada funcionó. Últimamente se había estado quejando más y más por el dolor, no comía, no caminaba. Así que Andrés decidió dormirlo el primero de noviembre.

—¿No hay otra forma? ¿Más tratamientos? —preguntó Alejandro, que se había encariñado demasiado con el perro.

—Seguirá sufriendo. Una vida con sufrimiento no es vida. No podemos obligarlo a estar con nosotros sólo por egoísmo, hay que tomar la decisión para él —le expliqué, con un nudo en la garganta.

Observamos atentamente cómo Andrés le administraba la inyección. Crookshanks no apartó nunca su triste mirada de la mía. Supongo que sabía lo que estábamos haciendo. No se resistió en ningún momento. Cuando vi que cerraba sus grandes ojos, comencé a llorar. Andrés me abrazó mientras Alejandro me buscaba una silla para sentarme.

No fue fácil, Julia, hacerle eso a Crookshanks. Reviví con intensidad la muerte de nuestros perros anteriores. Rufo, Perla y Ringo. Ruffin se acercó temeroso, imagino que sentía que las vibras en el ambiente no eran buenas; al ver a tu sobrino cargar con su padre, le ladró y le saltó encima.

Ruffin, ven acá —le pidió Alejandro, tratando de contenerlo.

El perro no dejaba de ladrar, por lo que Andrés se arrodilló y dejó a Crookshanks en el suelo.

—Despídete de tu papá, Ruffin —murmuró con la voz ronca, pasándose una mano por entre sus blancos cabellos.

Ruffin olió el cuerpo de Crookshanks hasta acostarse a su lado y, ahí, fue cuando comenzó a llorar. Se me partió más el corazón, Julia. Trataron de separarlo pero no los dejó, les gruñía al ver que se acercaban. Media hora más tarde, reuní mis fuerzas para levantarme de la silla y, aún llorando, me acerqué; el perro alzó la cabeza al sentirme a su lado.

—Vamos al cuarto, Ruffin. Vamos —dije, tendiéndole la mano. Él la olió y la empujó con su cabeza para que lo acariciara—. Vamos —repetí, y dio pequeños pasos para alejarnos, siempre acariciando su cabeza, y él me siguió obediente.

Dos días más tarde sonó el teléfono de la casa. Era Alba, la hija menor de Emilio. Ese día habías estado muy triste, y ni Alejandro ni yo nos podíamos acercar a ti sin que nos terminaras lanzando lo primero que encontraras; en cuanto te distrajiste por un pequeño instante, Alejandro te inyectó un calmante. Ahí fue cuando, por fin, pude contestar el teléfono que llevaba rato sonando.

—¿Aló?

—Buenos días, por favor con la señora Isabel —pidió una voz femenina que no reconocí (sabemos que no soy muy buena en eso) pero me resultaba familiar.

—Ella habla. ¿Con quién hablo? —pregunté, sentándome en el sillón de la sala.

—Oh, hola. Es Alba...

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