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22 de abril de 2022

Querida Julia:

Fue en enero de 1966 cuando iniciaste las lecciones de piano. Los primeros días en los que volvía del trabajo y no estabas, era algo muy raro; estaba acostumbrada a encontrarte al llegar, poco a poco lo fui aceptando y me acostumbré.

A ti te encantaba tu trabajo. Siempre me contabas muy emocionada los avances de la hermana mayor de Julián, y que a veces él también tocaba con ustedes pero luego se iba cuando su mamá llegaba.

Nuestros ahorros se nos fueron volando, más rápido de lo que esperaba. No te pagaban lo suficiente, pero el más mínimo ingreso era agradecido. La señora Victoria te recomendó a una amiga, ahora estabas ocupada de lunes a sábado; lamentablemente, te pagaban menos que los Reyes.

Ese año no fue muy fácil. 1967 fue un poco mejor. Por fin te aumentaron la paga, igual que a mí; la señora Griselda también subió el alquiler, pero podíamos costearlo haciendo algunos sacrificios. Nuestras citas eran en parques, porque el dinero no nos alcanzaba para ir al cine o a algún restaurante. Me molestaba mucho no ser capaz de darte la vida que merecías.

Ya en 1968 la situación se volvía cada vez más insostenible. Tú les dabas clases a Andrea, Julián y a dos hijos de otras señoras; tus jornadas eran todos los días desde las dos de la tarde hasta las seis o siete de la noche. Yo tuve que buscar otro trabajo para las tardes, al salir del colegio; después de caminar muchísimo, conseguí en una pequeña cafetería. Por otra parte, la señora Griselda te enseñaba a coser en las mañanas y en 1969 pudiste trabajar con eso también.

No fueron años nada fáciles, pero si me hicieran elegir entre ellos o un camino más sencillo, los elegiría sin dudarlo.

Con amor,

Isabel 

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