XXXVIII

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Estimada Isabel:

Esta carta la escribo sin fecha porque quiero que cada vez que la leas, sea como si fuese la primera vez, como si te lo estuviera susurrando al oído mientras duermes. No quiero que veas el pasar del tiempo ni te entristezcas al ver todos los días que estas letras llevan plasmadas en el papel. No quiero ni querré eso para ti nunca. Quiero que vivas cada día como si fuese el último y, por ende, quiero que lo pases centrada en el presente y no en el pasado. No, sé que no es fácil lo que te pido, tampoco espero que lo cumplas al pie de la letra; sabemos que siempre has sido un poco más rebelde que yo en todos los sentidos. Y es por eso que te amo.

Tengo miedo, Isabel. Tengo mucho miedo. Olvido las cosas cada vez más seguido, no sé qué hacía antes ni lo que quería hacer después. Una sensación de vacío crece día a día dentro de mí. Mis pensamientos se entrelazan y me confunden. No quiero volver al médico, no quiero que siga con sus suposiciones sobre lo que tendré. Quiero estar sana, quiero estar contigo hasta que seamos más viejitas; es lo único que pido. Quiero que el tiempo se detenga ‒aunque sé que no es posible‒ y vivir este instante contigo hasta la eternidad.

En estos momentos me encuentro en el patio, escribiéndote esta carta, siento la presencia de nuestras mascotas a mi alrededor aunque no pueda verlas. Tú estás adentro, en la cocina, estás inventando con los ingredientes para preparar un platillo que, en tu opinión, me va a hacer delirar y no lo dudo, todo lo que preparas me hace delirar. Agradezco que seas quien tiene las dotes culinarias, porque yo quemo hasta el agua.

No sé cuánto tiempo tardé en poder encontrar una hoja y un lapicero negro. Sé que fue mucho, te lo puedo asegurar. No quise pedirte ayuda para no preocuparte, sabía que recientemente los había usado, sólo que no recordaba dónde los guardé. El lapicero estaba con los cepillos de dientes, y las hojas, entre nuestra ropa. Menos mal no te diste cuenta, no habría podido soportar tu mirada de tristeza al notarlo.

Recuerdo antaño, cuando éramos jóvenes y felices. Teníamos millones de cosas por las cuales preocuparnos, sin embargo, el estar juntas nos daba las fuerzas suficientes para superar todo lo que se nos avecinaba. Caíamos y nos levantábamos, siempre con una sonrisa, siempre con un «te amo». Superaremos esto como logramos superar tu cáncer. Somos indestructibles, ¿recuerdas? Estamos destinadas a estar siempre y para siempre juntas, nada puede contra nosotras. La esperanza es lo último que se pierde, Isabel, y te prometo que nunca la perderé.

Me llamas. Creo que tus inventos ya resultaron y ahora es mi turno de probar el manjar que preparaste para nosotras. Prometo seguir escribiéndote, porque sé que te gusta leer todo lo que escribo. No sé si te daré esta carta hoy o dentro de una semana o en un mes, eso no cambiará nada, todo lo que está aquí escrito es algo que nunca dejaré de pensar.

Te amo, mi Isabel Osorio. Te amo como nunca llegué a pensar amar a alguien y como nunca volveré a hacerlo. Te amo y siempre, siempre, siempre estaré contigo. Siempre.

Sinceramente,

Julia Villarreal

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora