LXVIII

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23 de febrero de 2022

Querida Julia:

           

Pasó un par de días. Yo no podía dormir ni comer, la culpa no me dejaba tranquila ni un solo segundo. ¿Por qué no bajé en ese mismo momento y corrí a tus brazos? ¿Por qué no te busqué al siguiente día? No tenía las respuestas exactas, sólo sabía que tenía demasiado miedo de lo que pasaría si me iba contigo; nunca había vivido lejos de mis padres y no sabía si mi sueldo alcanzaría para mantenernos. Cada segundo que pasaba se sentía como si fuese un siglo, mi corazón ardía más y más y no podía dejar de llorar. ¿Dónde estabas?, ¿y si te había pasado algo? Era una maldita cobarde y lo sabía.

Mis padres me habían levantado el castigo «parcialmente», ¿qué querían decir con eso? Podía comer en la cocina mientras ellos lo hacían en el comedor, si quería salir tendría que ser obligatoriamente con mi madre y no separarme de ella para nada; dormiría con la puerta cerrada con llave y sólo ellos podían abrirla, no podría visitarte ni tú a mí (obviamente), y nadie fuera de la familia, a excepción de Arturo y quienes ellos consideraran «adecuados», podría visitarme.

Claudia llegó el miércoles por la noche junto a su esposo e hijos. Al parecer se había encontrado con mi mamá días antes y acordaron hacer una cena, aunque no cuadraron la fecha, pues mi mamá lo había dejado a decisión de ellos. También estaba Arturo, lamentablemente, quien casi no había abandonado la casa desde el suceso y comenzaba a ser peor que una piedra en el zapato.

En un momento dado, Claudia y yo salimos al patio para cuidar a sus hijos que estaban jugando, mientras los demás se quedaron en la sala bebiendo y mi mamá y mi sobrina siendo sus sirvientas.

—Julia está en la casa —me hizo saber, sin mirarme. Yo me quedé unos segundos sin responder, sorprendida por ese hecho y extremadamente aliviada—. Está muy mal, Isabel —añadió.

—Pero ¿cómo?, ¿cuándo, ¿có...? —Alzó su mano para callarme.

—Datos innecesarios en este momento. Si quiere, Pablo y yo las podemos acoger sin ningún problema... Mejor dicho, la podemos acoger a usted, porque ella ya está con nosotros y no la voy a dejar ir. La pelota está de su lado, Isabel, y es tiempo de que tome una decisión. Están planeando adelantar la boda, tal vez para dentro de un par de días; sé que será en menos de una se...

—¡Pero acordamos que sería el tres de diciembre! —la interrumpí, y sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas por la impotencia.

—¡Elías, ven aquí! —llamó al menor de sus hijos, para sacudirle la tierra que le quedó en la ropa luego de una pequeña caída—. Ve con más cuidado, cariño. —Le revolvió el cabello y él se fue riendo. Se quedó en silencio observando a sus hijos, yo no aparté la mirada en ningún momento—. A ellos no les importa. Planean hacerlo y sucederá a menos de que usted lo evite. El amigo de Arturo no puede llegar, así que Pablo será el padrino, y me designaron como su dama de honor; por eso estoy al tanto.

—No sé qué hacer, Claudia. Tengo demasiado miedo. —Lloré más y ella me miró con lástima.

—Todo estará bien, Isabel. Siga lo que dicta su corazón. Es mejor que no razone, sólo hágalo. Estoy segura de que Julia le perdonará haberla dejado sola en un momento tan importante —aseguró, mientras tomaba mi brazo con cariño—. Tenemos que entrar. Deje de llorar y actúe normal, no pueden enterarse de que le dije algo de esto o no tendrá tiempo de tomar una decisión.

Le hice caso. Nos quedamos un rato más en el patio mientras yo me calmaba, hasta que Arturo llegó para decirnos que la comida estaba lista, y me dio un beso que no correspondí. Entramos y nos sentamos para comer, las conversaciones eran sobre política y actualidad, no hablaron en ningún momento de mi boda y eso me causaba curiosidad, algo me decía que evitaban el tema a propósito. Cuando los Quiroga se tuvieron que ir, Claudia me dio un leve abrazo y comentó que le gustaría muchísimo que los visitara pronto.

Tenía una decisión muy importante que tomar y no sabía qué hacer.

Con amor,

Isabel

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