XXXVII

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03 de diciembre de 2021

Querida Julia:

Mi mamá dejó en mi habitación un montón de revistas y fotografías para que fuéramos planeando lo más importante: el vestido. Más tarde, desempolvó el suyo e insistió en que me lo probara, añadiendo que no importaba tener que mandar a ajustar unas pocas ‒muchas, en mi opinión‒ cosas.

Rómulo volvió casi a las diez de la noche con un bolso donde estaba tu piyama y artículos personales. Al regresar a mi cuarto, traías una cara de disgusto que nadie te quitaba; tardaste mucho tiempo en decirme que ésta no se debía a estar conmigo, sino por algo que tu hermano te había dicho: «Procura codearte más con Isabel y su prometido, a ver si te presentan a un buen hombre y te casas de una buena vez por todas. Te aviso, hermanita, que yo no voy a estar manteniendo a solteronas». Sí, toda una ternura tu hermano.

Sabía muy bien que no te sacaría nada con respecto a la carta mientras estuvieses a la defensiva, por lo que me propuse a bajar tu guardia primero antes de abordar el tema.

—Vamos a salir primero de lo más sencillo —decidí, agarrando el vestido de novia de mi mamá—. Ya vengo. —Te guiñé un ojo antes de darme la vuelta y entrar a mi baño, pude observar cómo te sonrojabas y mi corazón se aceleró.

Colgué el vestido en un perchero que estaba detrás de la puerta, fruncí el ceño cuando lo pude observar bien. Claro, yo ya lo había visto en las fotografías de la boda de mis padres, pero no es lo mismo que verlo en persona. Treinta y cinco años encerrado en un baúl le habían pasado factura. No estaba tan blanco como antaño, tenía cierto tono amarillento que no creía que se quitara con una lavada (ni dos o tres). Me quité la ropa y me lo puse lo más rápido que pude, dándome un vistazo rápido en el espejo, y salí de una vez.

—Me siento patética —fue lo primero que dije, tú te sobresaltaste y me miraste boquiabierta—. Oh, vamos, no pongas esa cara. Estoy feísima.

Caminé hasta el otro extremo del cuarto, a mi closet, y lo abrí, ya que ahí tenía un espejo de cuerpo completo. El vestido me quedaba gigante. Mi mamá tenía mucho más de todo que yo: era más alta, más caderona, con muchísimo más busto y más robusta; así que te harás la idea de cómo me veía. El vestido era en capas, la tela era de chifón y tenía un mínimo cuello en «v»; debido a las mangas tres cuartos, no quedaba mucho de mi piel a la vista, y de seguro que mi mamá estaba buscando los guantes que le hacían juego. También tenía una fina capa de satén bordado que, a mi parecer, era lo único lindo del vestido. Por otra parte, tenía una cola larguísima que me dificultaba horrores caminar.

—Menos mal el velo ya estaba dañado —murmuré, sin despegar la mirada de mi reflejo.

Me di la vuelta al darme cuenta de que aún no decías ni una palabra, seguías mirándome con la boca abierta y me reí.

—Un comentario no estaría de más, es decir, ya sé que me veo terrible, pero ¿tanto así?

—Te ves hermosa. —Tapaste tu boca de una vez, sorprendida por lo que habías dicho—. Eh, yo no quise decir eso. Me refiero... Estás hermosa, siempre lo estás... No, no... No, bueno, sí... Eh...

Me carcajeé, no lo pude evitar. ¡Te veías tan tierna, mi vida! Te quise comer a besos y no detenerme nunca.

—No tienes que decir mentiras sólo para hacerme sentir mejor —comenté como si nada, para que te relajaras un poco.

—Bu...Bueno, podría ser mejor que te diseñaran uno que se amolde bien a tu cuerpo.

Sonreí ampliamente, estando de acuerdo contigo. Me dirigí de nuevo al baño para colocarme la piyama.

—¡Por ese tipo de consejos es que eres mi dama de honor!

Con amor,

Isabel

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