03 de octubre de 2021
Querida Julia:
Después del día del cementerio nos acercamos mucho más; bueno, tú dejaste de temer una puñalada sorpresiva y yo seguía esperándote en el mismo lugar desde que quise ser tu amiga. La felicidad de nuestra familia no era normal, me parecía que estaban exagerando en demasía; sí, yo también estaba contenta por haber recibido tu perdón y tenerte como amiga, pero lo de ellos no me cuadraba.
Al final lo entendí. Su felicidad no era porque fuésemos amigas, sino porque podían mandarnos a citas dobles, sabiendo que ninguna dejaría que a la otra le pasara algo. En aquel entonces tenías dieciséis años, eras joven; yo, por el contrario, estaba cerca de los veintidós y debía de tener mínimo dos hijos. No es como si yo siguiera los estándares, ¿cierto? Aunque eso no evitó todas las salidas a las que fui en contra de mi voluntad.
Tú la pasabas bien en éstas, siempre te tocaban jóvenes carismáticos, mientras que yo me llevaba a los engreídos. El hecho de estar contigo era lo que hacía soportable esos encuentros. Verte feliz me hacía feliz, sin saber el porqué; mas eso no evitaba que me dieran celos cuando alguno te daba su saco o cuando no podías dejar de hablar de uno en especial.
Claramente esos celos no los califiqué como tal de una vez, tardé mucho tiempo en hacerlo. Al comienzo, creí que esa sensación de ardor en el pecho, de ahogo y de incomodidad era porque había comido algo en mal estado, pero a la tercera vez que me sucedió ya me parecía bastante raro; después, cuando noté que esas sensaciones aparecían al verte en compañía de tu cita, pensé que mi corazón se apretujaba al ver como tú sí conseguías buenos pretendientes y yo no; más tarde, los asocié con los sentimientos de una hermana mayor hacia su hermana menor, queriendo protegerte de todo; luego, creí que te perdería y no estaba lista. El día que los consideré realmente como celos fue debido a un idiota con el que ya llevabas saliendo un par de semanas, el cual trató de robarte tu primer beso y le volteé la cara de una cachetada.
—¡No quiere que esté conmigo por celos! Ella sí quiere —me recriminó, sobando su mejilla roja.
—¡Calla! ¡Ella no quiere besarle, ni ahora ni nunca! Váyase antes de que le diga a sus hermanos.
Se quedó lívido al escuchar la amenaza. Tú nos mirabas sorprendida, sin entender del todo lo que sucedía.
—Aléjese de ella si sabe lo que le conviene —masculló, mirándote—. Está enferma, quiere enfermarla también.
¡Paf! Ahora tenía las dos mejillas rojas gracias a ti.
—No hable así de Isabel, ella no está enferma. Usted ni siquiera sabe lo que está diciendo. Váyase y no me busque, o le diré a mis hermanos. No es una amenaza vacía.
Él puso pies en polvorosa y yo sonreí ampliamente.
—Debemos hablar —añadiste sin mirarme.
Tragué seco. «Oh, oh».
Tocan el timbre, Julia. Escribiré después. Te amo.
Con amor,
Isabel
ESTÁS LEYENDO
Un minuto más
RomanceCombinando el presente y el pasado, Isabel hilará los diferentes hechos de su vida para poder narrarle, a través de cartas, su historia a su amada; recorriendo viejos caminos, pero esta vez sin compañía. Historia destacada en el perfil @FiccionGener...