XCIX

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10 de mayo de 2022

Querida señora Julia:

Hola, soy yo de nuevo. Cómo está? Vale, no es una buena pregunta, perdón. Bueno, por aquí todo ha ido medio tranquilo, digamos, dentro de lo que cabe. La señora Isabel no ha vuelto a ser la misma desde la discusión que tuvo con el señor Emilio, pero no sé si yo soy quien deba hablarle de eso.

Dónde habíamos quedado en mi carta anterior? Le di una introducción pequeña a mi vida, le hablé de mi madre y mi temor a sufrir de esquizofrenia, la señora Isabel me regañó por mis errores ortográficos... A ver, a ver... Si no me equivoco, quedé en la parte en que un señor me habla de un siglo de búsquedas y que me contaría una historia.

Me quedé viéndolo desconcertado, por qué me contaría a mí de entre todas las personas una historia?, incluso por un momento pensé que capaz estaba alucinando, sin embargo antes de que yo dijese algo me tendió la mano y se presentó:

—Amador Cortez. Es un placer conocerte por fin, Alejandro.

—Disculpe pero no sé quién es usted —respondí sin devolverle el saludo, él me sonrió de oreja a oreja.

—Soy tu abuelo, Alejandro. —Me jaló y me abrazó hasta dejarme sin respiración—. Ven, vamos a tomarnos una taza de café —me invitó, a la vez que palmeaba fuertemente mi espalda—. Ya lo hablé con tu jefa, una mujer encantadora; aceptó adelantar tu descanso —explicó al ver que yo me iba a negar.

Miré a mi alrededor hasta que encontré a Andrea, mi jefa, quien sonrió levemente y asintió.

—E-Está bien —balbuceé, y empezamos a caminar hacia la salida.

No quiero hacer esta carta muy larga, no soy alguien a quien le guste escribir mucho y decidí que por diversas razones sea esta mi última carta, así que vamos a resumir un poco: fuimos a un café que estaba cerca, sin hablar en el camino, y apenas nos sentamos el señor Cortez empezó a relatarme su vida: era hombre de campo, en su juventud tuvo muchas mujeres e hijos por igual.

—Tu abuela fue especial en todo sentido, sin embargo yo no pude deshacerme de mi espíritu sinvergüenza y donjuán y ella terminó abandonándome al enterarse de que estaba embarazada. Se fue con unos tíos a otro estado. Yo supe del embarazo por malas lenguas que decían que yo le había pagado para que no me encasquetara al muchacho, bueno, muchacha en este caso, que yo ya tenía bastantes para otro más. La busqué y la busqué, y cuando la encontré lo único que me dijo fue que había dado a la criatura en adopción.

»No tuve de otra e inicié otro ciclo de búsquedas, mucho más complejo que el primero. Cuando por fin encontré a mi hija, ella estaba muerta. Se había suicidado. Sus vecinos me dijeron que tenía un hijo aunque nunca lo habían visto.

»—Cuando alguien venga preguntando por ella sea hoy o en diez años, avísenme. Les daré una recompensa.

»Mi petición corrió por todo el barrio, y años después, por fin he recibido la llamada que he esperado tanto.

»Es un gusto conocerte, Alejandro. Tienes los ojos de tu abuela y, según me contaron, también de tu mamá.

Nos quedamos en silencio un largo rato, cada uno en sus pensamientos. Una puerta apareció ante mis ojos y la abrí con temor. Yo sólo buscaba a mi mamá, señora Julia, nunca esperé que tendría que pasar por tantas cosas y enterarme de tanto. Comprendí que mi mamá se suicidó por nada, pues al ser adoptada no iba a sufrir la enfermedad de su "mamá"; y capaz creyó sentir los primeros síntomas, pero es que la mente es una vaina muy arrecha. Igualmente me di cuenta que yo no sufriría de esquizofrenia, y eso me alivió bastante.

Luego de lo que sentí horas, pude pronunciar mis primeras palabras.

—Entonces... Abuelo, ¿eh?

Y sin saber por qué empecé a reír y él me siguió. Estuvimos riendo un largo rato.

Ahora tenemos una buena relación.

Creo que eso será todo, señora Julia.

Con todos mis mejores deseos,

Alejandro Vera

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