XCIII

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23/04/2022

Tía Julia:

Recuerdo vagamente la época en la que mi hermano quería ser músico. Les rogó muchísimo a nuestros padres hasta que ellos accedieron a buscarle un instructor de piano, guitarra o violín. Mi mamá tardó mucho en encontrar a alguien, no sé muy bien cuánto; yo tenía dos años, así que tengo apenas unos pocos flashes de eso. Mi hermano, por el contrario, tenía 10 años y esa época le duró casi una década.

Un día, mi mamá llegó muy contenta. La amiga de un primo de la vecina de la tía de su mejor amiga, o algo por el estilo, conocía a una joven que enseñaba piano prácticamente gratis. Gracias a ese hilo de contactos, mi mamá fue un día a verla mientras daba una clase, y quedó encantada.

—Se parece un poco a tu padre. —Eso se lo dijo a mi hermano, cuando volvió aquel día, yo no lo recuerdo, él me lo dijo años más tarde—. Aunque últimamente todos se parecen a todos.

Días más tarde llegó a la casa una chica rubia, con lentes y ojos oscurísimos. Eras tú, tía Julia.

Qué vueltas tan increíbles da el destino.

Extrañándote muchísimo,

tu sobrina Judith    

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