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30 de abril de 2022

Querida Julia:

Recuerdo lo extraño que nos pareció descubrir que el apellido de la nueva familia era Villarreal, aunque lo atribuimos a que era un apellido común en aquellos tiempos.

Un tiempo después de que empezaste con ellos, fui a buscarte a su casa, quería llevarte a tu restaurante favorito por nuestros seis años juntas. Salías a las seis de la tarde, llegué justo a la hora pero ese día te retrasaste quince minutos, así que te esperé sentada en un banco del parque que estaba frente a la casa.

Cuando noté que abrían la puerta, me levanté y crucé la calle para ir a tu encuentro; en ese momento estaba llegando el señor Villarreal. Nunca lo habíamos conocido, por lo que la curiosidad me hizo caminar más lento para ganar tiempo.

La esposa salió a saludarlo justo cuando él cerraba la puerta del carro, me pasó por un lado sin mirarme y lo abrazó.

—¡Cariño! Qué bueno que llegaste temprano.

Él, un hombre regio y rubio, le dio un pequeño beso en los labios y luego se fijó en mí, frunciendo el ceño desconcertado.

—Por fin conocerás a la instructora de Judith —añadió ella, y te señaló, tú estabas pálida y con los ojos abiertos de par en par—. Cariño, ella es...

—Julia —la interrumpió él en un susurro.

—Sí —dijo ella, y su sonrisa flaqueó—. ¿Ya se conocen?

Tú y el hombre se miraron, sin responder. Supuse que tenían una batalla interna y al final bajaste la mirada.

—Ella es mi hermana menor, Patricia —musitó él, y ahí terminé de reconocerlo.

Adriano había cambiado un montón durante esos años pero su esencia era la misma. No entendí cómo no lo reconocí de una vez.

La señora Villarreal abrió levemente la boca, formando una pequeña «o» y los miró uno a una.

—Me parece que tenemos mucho de qué hablar —señaló ella, y nos pidió entrar a la casa.

Con amor,

Isabel

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