XXIII

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14 de octubre de 2021

Querida Julia:

Aquella conversación con Claudia apenas es el inicio para comprender mis acciones hacia ti, debido a que ésta fue el detonante. Desde ese día me alejé un poco, necesitaba entender a solas mis sentimientos sin agentes externos (es decir, sin ti) que influyeran. Las palabras de mi amiga me habían dado una nueva perspectiva de esas extrañas emociones que tenía; sin embargo, seguía con mis inseguridades, toda mi vida había pensado que sentir todo eso estaba muy mal y una charla de cuarenta minutos no cambiaría ese ideal al momento.

Me dolía estar lejos de ti, estaba todo el día con una incomodidad en el pecho, sentía que algo muy importante me faltaba. Tú, por otra parte, estabas tan concentrada en tus clases que no te fijaste en mi distanciamiento, por suerte. Éste no duró mucho, he de admitir; a la semana ya estaba contigo otra vez, incapaz de seguir así un minuto más. Las conclusiones que surgieron esos días fueron las siguientes:

Primero, Claudia tenía la razón (qué raro). Amar a alguien de tu mismo género no está mal; si bien no era normal ni aceptado, no estaba mal. Amar es amar, al fin y al cabo.

Yo, definitivamente, no estaba enferma.

Te quería, claro, pero como a una hermana menor; por eso te cuidaba tanto, no quería que te hicieran daño. Por lo tanto, no había nada de malo en que te celara, eras mi mejor amiga y tenía el deber de desconfiar de todos los chicos que se te acercaran.

Además, el amor de mi vida sería un hombre y con él tendría muchos hijos, los cuales te llamarían tía.

Y, por último, no estaba enamorada de ti, por supuesto que no, ni siquiera un poquitico.

Lamentablemente, aquel día junto a los comentarios de ese hombre fue la dinamita que destruyó la mayoría de esas conclusiones.

Con amor,

Isabel  

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