LVII

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28 de enero de 2022

Querida Julia:

Pasaron los días. Mi amor por ti crecía cada vez más y más. Mi mamá andaba por todas partes como una loca, planeando la boda; se exasperaba al ver que yo no tenía mucho interés en ésta y me lo recriminaba a cada segundo. Lo único que había sabido sobre Arturo fue a través de un amigo que llegó a principios de mayo a la casa y me entregó una carta; en ésta me hablaba muy en general sobre lo que estaba haciendo (cosa que agradecí, pues no tenía ganas de parecer interesada en sus cosas), y me pidió que fijara una fecha para la boda y se lo hiciese saber a través de su amigo, me sugería que fuera entre el 20 de noviembre y el 5 de diciembre de ese año. No te hizo mucha gracia ver eso.

Te invité al cine justo ese mismo día, nos acompañó Mariano y la chica a la que estaba pretendiendo en aquellos tiempos. Vimos Isla de sal, no llevaba mucho de haberse estrenado. Lo bueno de haber ido con tu hermano es que él decidió sentarse lejos de nosotras para poder tener privacidad con su chica, así que tú y yo pudimos estar tomadas de las manos y un poco acurrucadas sin ningún problema.

¡Ese día estuve tan cerca de besarte! Por Dios, Julia, qué frustración tan grande sentí al no poder hacerlo. Te explico: había estado casi toda la película pendiente de las personas a nuestro alrededor, analizando cuándo sería el momento perfecto para que nuestros labios se conocieran (sí, estaba decidida en besarte ese día); y, cuando por fin me arme del valor suficiente para acercarme a ti, la película se acabó, ¡se acabó, Julia, y prendieron las luces de una vez! Horrible, fatal, desastroso y cualquier otro adjetivo negativo que quieras ponerle.

Agradezco que hayas estado tan sumergida en la película que no te diste cuenta de mis intenciones. Qué vergüenza.

Con amor,

Isabel

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