17 de octubre de 2021
Querida Julia:
No hablamos ese mismo día, tuvimos que regresar a casa y a tu abuelo no le gustó ver que volvíamos acompañadas sólo por mi cita; nunca lo había visto tan molesto, y prometió ir a poner «al joven sinvergüenza y de malas costumbres» en su lugar después de escuchar lo sucedido.
Te huí un par de días, dejé de buscarte a la salida de clases y me centré en mi trabajo. Si no me equivoco, aún no te he comentado sobre mi profesión en aquellos días. Era maestra en una escuela primaria, y lo amaba, me encantaba estar rodeada de tantos niños tan ávidos de conocimientos y poder enseñarles muchas cosas que les servirían para cuando crecieran.
No tardaste mucho en darte cuenta de mis planes para evadirte, me atrevo a suponer que los conocías incluso antes que yo. Eres muy inteligente. Me diste mi espacio ese tiempo, pero fuiste la que me buscó; si esperábamos por mí, no habríamos hablado otra vez.
Al tercer día de estar separadas, me confrontaste. Esa tarde salí después del horario de la escuela, los niños se habían portado terrible y estaba cansadísima. En lo único que pensaba era en mi cama y un baño caliente.
—Julia está esperándote —fue lo primero que dijo Antonio cuando me vio entrar a la cocina, y siguió comiendo como si nada.
—Hola para ti también, hermano. He tenido un buen día, gracias por preguntar —farfullé.
Comencé a ponerme nerviosa, no esperaba tener que hacerte frente tan pronto; no estaba lista para lo que sea que tuvieses que decir. Me tomé un par de minutos en el marco de la puerta que conectaba la cocina con el jardín; te observé, saboreando unos preciados segundos de paz, sabía que cuando habláramos nada iba a ser igual.
Sé que estaba sobreactuando, había muchas posibilidades de que no tocaras necesariamente mis sentimientos por ti, tal vez sólo habláramos de los despreciables comentarios de Ernesto (tu cita), sin tener que ir más allá. Pero sabemos muy bien que siempre he sido una dramática de primera, por lo que esperaba muchísimo drama, y nada mejor para traerlo que nombrar lo que sentía por ti.
«Es tan hermosa. ¿Cómo alguien puede ser tan espléndido? Pareciera que la luna le da más vitalidad. Amo su cabello rubio y cómo lo tiene recogido en ese delicado moño. Sus ojos oscuros son la perfección, expresan tanto pero a la vez nada. ¿Qué me has hecho, Julia? Mi Dios...»
—¿Por cuánto tiempo más piensas estar ahí parada, viéndome? —preguntaste seria, sacándome de mis cavilaciones.
—Yo... Yo no. —Me mandaste a callar con la mirada—. ¿Tenías mucho esperándome? —cuestioné, para aligerar el ambiente.
—Una hora, tal vez menos. —Moviste una mano para quitarle importancia—. Tenemos que hablar, Isabel.
—Siempre tan directa —dije, con una sonrisa ladeada.
Me acerqué y me senté a tu lado, observando el césped como si fuese la cosa más interesante del universo.
—¿De qué quieres hablar? —inquirí, haciéndome la tonta.
—Sabes de qué.
Suspiré y te miré a los ojos, esos ojos que siempre me han encantado, y me perdí en ellos.
—Ernesto no está bien...
—Te quiero —te interrumpí, con el único pensamiento de que quería que lo supieras.
Me sonreíste con ternura y dejaste un beso en mi mejilla.
—Yo también te quiero, cariño, pero no viene al tema. Como decía, Ernesto no...
—No, Julia. No lo entiendes. Él no está equivocado. —Tomé una respiración profunda, ya no había vuelta atrás—. Te quiero y más que como una amiga. No quería que te besara por celos, además, tampoco quería que tu primer beso fuera así. Te quiero, Julia, de verdad lo hago.
Reíste como si de una broma se tratara. Mi corazón se rompió con cada risa.
—No trates de justificarlo, Isabel —respondiste divertida—. Mucho menos mintiéndome. Es un buen chico, lo sabemos, pero bastante paranoico.
—No lo estoy justificando, ni siquiera me agrada —comenté herida—. Todo lo que digo es la verdad y nada más que la verdad.
Mi lado dramático me pedía a gritos que te besara para demostrar lo que sentía por ti, estuve muy tentada pero no lo hice. No quería que tu primer beso fuera con un chico al que no querías, por ende, tampoco quería que nuestro primer beso fuese porque te lo robé y tú sin sentir lo mismo que yo; tanto el mío como el tuyo tenían que ser en la situación perfecta y con la persona indicada.
Ignorando este lado dramático, me levanté de la banca y solté mi cabello del moño que traía, incómoda.
—No jugaría con algo así, Julia —comencé, caminando de un lado a otro—. Te quiero, me estoy enamorando de ti. Lo que siento al estar contigo... no lo había sentido antes, esa sensación de tranquilidad, de que a tu lado nada me va a pasar. Me emociono cuando sé que te voy a ver y el momento se acerca, y al verte... Al verte me quedó tranquila, una paz me embarga y sé que todo estará bien siempre y cuando estés a mi lado. Quiero formar una familia contigo, que tus hijos me llamen mamá; poder decirle suegros a tus padres y cuñados a tus hermanos. Deseo llevarte a todas las aventuras que quieras, estar siempre a tu lado. Me gustaría cumplir cada uno de tus sueños y ser parte de estos. Me complacería cuidarte cuando enfermes, estar en las buenas y en las malas. Y nada me haría ser más feliz que envejecer a tu lado. Te quiero, Julia.
A medida que iba avanzando en mi discurso, tu cara cambió mucho de expresión; al comienzo seguía divertida, después te enseriaste, luego tapaste tu boca con tus manos, muy sorprendida; y terminaste mirándome con una mezcla de lástima y repugnancia. Con esa última mirada supe que habría sido mucho mejor que me quedara calladita y tranquilita con mis sentimientos.
—Estás mal, Isabel. —Nunca olvidaré esas palabras ni cómo sentí que mi corazón era derretido con ácido—. Si esto es una broma, dilo ya, es de muy mal gusto. —Negué, tu mirada dejó de mostrar lástima, sólo me veías como si fuese un insecto repugnante—. Tienes que buscar ayuda, Isabel, no por mí, sino por ti. Estás enferma. De tu boca no salen más que locuras. Sabes que sentir eso es un error muy grande.
Traté de acercarme a ti, con las lágrimas a punto de caer, sin embargo, te levantaste de un salto y te alejaste más, alzando una mano para que me detuviera.
—Ni te atrevas a acercarte o a buscarme. No quiero nada contigo, no quiero ni que me relacionen contigo. Me repugnas, Isabel. Siempre te defendía cuando hacían alusión a que estabas enferma, ahora no puedo creer cómo fui tan ciega. No le diré a nadie por el cariño que te tuve, no obstante, te recomiendo que aceptes tu padecimiento y busques ayuda médica y en el Señor.
Te fuiste sin decir más nada. Con las pocas fuerzas que fui capaz de reunir, me dirigí a mi habitación; donde dejé salir todas las lágrimas retenidas, con mi corazón destrozado en mis manos, por horas.
Con amor,
Isabel
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Un minuto más
Roman d'amourCombinando el presente y el pasado, Isabel hilará los diferentes hechos de su vida para poder narrarle, a través de cartas, su historia a su amada; recorriendo viejos caminos, pero esta vez sin compañía. Historia destacada en el perfil @FiccionGener...