LXIX

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25 de febrero de 2022

Querida Julia:

Al día siguiente, mi papá me hizo ir a la sala, donde estaban mi hermano Antonio (había llegado esa mañana y por poco no se desmaya cuando su hija le contó con pelos y señales todo lo que había sucedido) y mis padres. Los dos hombres tenían una pequeña sonrisa de suficiencia y mi mamá sólo los miraba distraída, con unas ojeras que llegaban hasta el suelo. Sabía qué me dirían, pero eso no evitaba que rezara y rogara mientras me acercaba a ellos.

—No, no te sientes —expresó mi papá, cuando notó que me dirigía a uno de los sillones—. Esto será rápido, Isabel. No tenemos tiempo —añadió, cruzándose de brazos. Me miró por unos segundos sin borrar la sonrisa—. Te casas el sábado. Ya hablamos con doña Carmen y hoy vas a ir a medirte el vestido por última vez. Está todo casi listo. Agradece que pudimos encontrar a un padre que haya accedido a hacer la ceremonia con tan poco tiempo de anticipación; mañana irás a confesar todos tus pecados para estar limpia. Lamentablemente, Arturo tendrá que irse el sábado por la noche, pero volverá para Año Nuevo y se irán de luna de miel; después, volverás a esta casa hasta que él pida un cambio definitivo para otro estado, bien lejos de aquí. Los Villarreal quedaron excluidos de la boda...

Siguió hablando y hablando, yo sólo lo veía en silencio y me concentré en el movimiento de sus labios. Yo temblaba por completo, me dolía el cuerpo, sentía una rara presión en la cabeza y quería llorar, pero no lo hice; debía ser fuerte por nosotras. Puse mis brazos en jarra y esperé a que se callara, y cuando finalmente lo hizo, hablé:

—No. —Él alzó una ceja—. No haré nada de lo que estás diciendo. Tengo casi veintiocho años y es hora de que tome las riendas de mi vida. ¡Ustedes no me pueden obligar!

—Y... —Se levantó del asiento y se acercó a mí— ¿quién dice que no podemos?

—Yo, papá.

—¡No soy tu papá! ¡Tú no eres mi hija! Yo nunca tendría una hija como tú. Dejé de tener hija cuando llegué el lunes a la casa. Te desconozco completamente. Y si sigues aquí es únicamente porque no quiero estar en la boca de la gente. —Sus palabras fueron como dagas directo a mi corazón, sin embargo, yo no cedería, tú serías mi bálsamo—. Arréglate para que vayas con Elvira a donde doña Carmen, parecer una pordiosera.

La rabia que sentí debido a esas palabras se sumó a la tristeza y desesperación de los últimos días, y exploté:

—¡No! —grité—. ¡Es mi vida! ¿No eres mi papá? ¡Perfecto! Si así lo quieres, así será. No me casaré con Arturo. Amo a Julia, ella es mi todo, y no me importa lo que diga la gente.

—Eres una idiota, Isabel. —Antonio se movió con rapidez hacia donde estaba y me empujó—. Además de idiota, enferma. Deberías de estar agradeciéndole a Arturo que aún quiera casarse contigo, y pidiéndole perdón.

—Tú eres el idiota. —Alcé la mano para darle una cachetada, aunque él me detuvo. Mi mamá se cubrió la boca sorprendida.

—Tú... —Apretó mi mano— no me hables así. —Presionaba tan fuerte que no había forma de que me soltara, jalé y jalé hasta que lo hizo.

—Déjenme en paz —dije con la voz entrecortada—. No me voy a casar, entiéndanlo. ¿No soy parte de la familia? Muy bien, entonces me voy.

Salí corriendo a mi cuarto, cerré la puerta y agarré una maleta que tenía en el armario para meter las prendas de ropa que tuviera a la mano; mientras tanto, en un bolso metí mis papeles y la carta que me habías escrito a principios de año. Mi padre abrió la puerta de golpe, justo cuando yo bajaba la maleta de la cama.

—¿A dónde piensas ir? —Me detuvo al tratar de pasar por su lado.

—Hasta un puente es mejor lugar que estar aquí —expliqué, intentando salir de nuevo.

—¿Te quieres ir? Hazlo, pero esto... —Me quitó la maleta de la mano— se queda aquí, porque es de los Osorio, no es tuyo. Verte, y te advierto que aunque vuelvas arrastrándote, no te aceptaremos más nunca.

Lo miré en silencio y seguí mi camino. Le di un último vistazo al que había sido mi hogar por más de veintisiete años y me fui sin mirar atrás.

Con amor,
Isabel

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