LXXXVIII

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13 de abril de 2022

Querida Julia:

De regreso a casa en lo único que podía pensar era que ya teníamos un peso menos sobre nuestros hombros. Me preocupaban muchas cosas, pero al menos había solucionado lo más importante.

No dijiste nada cuando te informé que ya teníamos un lugar donde quedarnos, sólo sonreíste y comenzaste a doblar nuestra ropa para meterla en la maleta.

Esa noche, durante la cena, le comuniqué a Pablo que ya no viviríamos con ellos. Él se limitó a alzar una ceja y aceptarlo, al contrario, Elías preguntó de una vez el porqué.

—Hemos abusado mucho de la hospitalidad de tus padres. Ya trabajo y puedo mantenerme, además, Julia es mi mejor amiga y no puedo dejarla sola.

Él refunfuñó el resto de la comida. El hijo mayor de los Quiroga, José Gabriel, nos miró suspicazmente pero no acotó nada.

A las ocho y media de la mañana del siguiente día, estábamos tocando el timbre de la señora Griselda, la dueña de la casa. Ella nos miró de la misma forma en que me vio el día anterior y nos dio paso; cuando entramos, comenzó a recitar sus infinitas reglas y la seguimos hasta el segundo piso, donde había dos puertas a mi derecha y una en el fondo.

—Ésa. —Señaló la última—. Es mía. Es mi cuarto. ¡Territorio prohibido! —Se dio media vuelta—. Ésta. —Su dedo índice apuntó a la puerta que teníamos delante—. Es la habitación de la señora Martínez, es una vieja amargada; soy una santa a su lado, ¿quedó claro? Y aquélla. —Ahora señaló la que quedaba—. Es de ustedes.

Caminó con paso firme y entró al cuarto. No era ni grande ni pequeño, tal vez con un poco menos de espacio que la habitación de invitados de Claudia, pero estaba bien. Tenía una cama individual en cada extremo, y a nuestra izquierda estaba otra puerta.

—El baño. Lo comparten con la vieja. Les recomendaría siempre cerrar con llave la puerta si quieren evitar algún susto. —La miramos confundidas—. Es sonámbula. Así que, ¡cuidado!

Luego del grito, que nos hizo dar un pequeño salto, se fue, no sin antes exclamar:

—¡Seis, desayuno; doce, almuerzo; seis, cena!

Tú y yo nos quedamos en medio de la habitación. Te miré con una sonrisa nerviosa.

—Lindo. —Fue lo único que dijiste.

Con amor,

Isabel

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