VIII

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29 de julio de 2021

Querida Julia:

Haber dejado nuestra cómoda estadía en la playa te afectó, en mi opinión. Has estado muy triste, no dejas que nadie se te acerque. Ahorita estás en el patio, sola; Alejandro y yo te miramos desde adentro de la casa, pendientes de todos tus movimientos. Te irritas hasta con lo más mínimo y me da impotencia no poder hacer nada.

Hoy no me siento con las fuerzas suficientes como para recordar antaño, mi amor, cuando éramos jóvenes y felices.

—Ya tiene que entrar —dice Alejandro, levantándose de su silla.

Asiento. Ni siquiera tengo ganas de hablar.

—Hola. —Escucho que te saluda—. Mi nombre es Alejandro.

—Hola, Fernando —respondes distraída, noto un leve cambio en tu postura que me indica que comienzas a enojarte, te conozco muy bien.

Él hace caso omiso. Como siempre.

—¿No le gustaría entrar y escuchar un poco de música? —pregunta, hincándose a tu lado.

—No.

—¿Y qué opina sobre pintar un poco?

—No.

—¿Comer helado?

—¿Qué es eso? —Lo miras un poco curiosa.

—Es como una merengada de lo que usted quiera, pero congelada.

—¿Y qué es una merengada? —Él va a responder pero sacudes la cabeza, interrumpiéndolo—. No me importa. ¿Puede tener Oreos?

—Lo que usted quiera.

Te quedas en silencio por un largo rato.

—Puede escuchar a Beethoven mientras se lo busco, y estar con Isabel —añade el pelinegro, tratando de convencerte.

—¿Isabel? —preguntas confundida. Él me señala y me miras—. Hola, Isabel. Soy Julia. —Sonrío y te saludo con la mano. Vuelves la mirada al joven—. Está bien, pero lo quiero de fresa.

—A sus órdenes, madame.

Te lleva a nuestra habitación, voy detrás de ustedes. Estoy a la espera de otro cambio de humor. Nos quedamos solas, escuchando a Beethoven, mientras Alejandro va a buscar tu helado.

—No me gusta la música.

Me levanto sin decir nada y coloco a Bach.

—Tengo una vecina llamada Isabel, como tú —murmuras, con los ojos cerrados—. Pero es mucho, mucho más joven. —Ríes—. Me odia, no sé por qué. ¿Tú lo sabes? —Ahora me miras y niego en silencio. Estás triste—. Yo tampoco lo sé —repites.

No vuelves a hablar. Levanto la mirada de esta carta cada tanto para vigilarte. Vuelves a tener los ojos cerrados y tu cabeza se mueve al compás de la música.

Me gustaría tanto decirte que soy Isabel y que no te odio; p

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora