LXXIX

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23 de marzo de 2022

Querida Julia:

Prefiero decírtelo desde ya, para así evitar que la esperanza de que nos reconciliáramos con nuestras familias no vaya tomando fuerza con el tiempo. Muy bien, como concluirás por mis palabras, no volvimos a saber de ellos; no directamente, al menos. Adriano fue el único que nos volvió a hablar, y pasaron muchos años para que eso sucediera; es una anécdota que sí dejaré para más tarde, ya que fue causada por todos los sucesos de agosto de 1965 en adelante.

Mi papá murió de un infarto ese año, en marzo, si no me falla mucho la memoria. Fui al funeral, pero lo único que gané fueron gritos de mi mamá, culpándome por eso: «¡Lo mataste, Isabel! No fue el mismo desde que nos hiciste todo aquel daño. La decepción, la rabia y la tristeza lo consumieron. Lo mataste». No podré olvidar el odio en sus ojos, y mucho menos porque fue la última mirada que dirigió hacia mí, antes de exigirle a Pedro que me sacara de ahí y se asegurara de que no volviera. Ella murió doce años más tarde, y nunca la volví a ver en todo ese tiempo; nos enteramos por medio de Patricia, la esposa de Adriano, quien solía concurrir los mismos sitios que mi sobrina Rosa. Decidí no asistir a su funeral desde un comienzo, lo menos que quería era discutir con mis hermanos al lado del ataúd de mi madre; sin embargo, observé el entierro desde la lejanía y cuando todos se fueron, me acerqué con un ramo de flores.

—No sabe cuánto la extraño, mamá —murmuré, mientras me arrodillaba a un lado del montículo de tierra y veía todas las flores que habían dejado—La extraño desde que di el primer paso para salir de la casa que llamé hogar durante tantos años, y me duele saber que usted murió odiándome..., odiándome por amar. No le pediré perdón por eso, porque amo a Julia con todas mis fuerzas y siempre la amaré; no obstante, sí le pido perdón por no haber insistido en hablar con usted a lo largo de estos trece años, no teníamos porqué despedirnos de esta manera. Espero que, algún día, allá arriba usted entienda y se sienta así sea un poco feliz por mí.

Tú apretaste mi hombro derecho minutos más tarde, no me sorprendí, ya que sabía que no tardabas en llegar, debido a que ibas a visitar a tus abuelos mientras yo estaba con mi mamá. Tu abuela murió en el 66, al menos nadie de tu familia te culpó por eso; al parecer tenía cáncer y nunca lo había contado, de alguna forma no me sorprendió, tu abuela era muy hermética con respecto a ella, sin embargo, vivió sus 75 años en plenitud.

Dejé las flores junto a las otras, me tendiste la mano para ayudar a levantarme y te abracé levemente, antes de emprender el camino a casa.

Con amor,

Isabel

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