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26 de febrero de 2022

Querida Julia:

En menos de una hora estaba frente a la casa de Claudia. Mi corazón latía a toda velocidad. No sabía qué haría si te negabas a hablarme, aunque te daría toda la razón si decidías hacerlo. Apretando las tiras del bolso con mis manos, me acerqué lentamente hasta la puerta, mis piernas temblaban más que la gelatina y no me veía capaz de estar en pie por un minuto más.

Ding, dong.

Respiré profundamente después de tocar el timbre. Conté diecinueve segundos y volví a hacerlo. Nadie abría. Diecinueve segundos más, otra vez, nada. Alcé mi mano por cuarta vez cuando alguien abrió la puerta.

Me quedé sin respiración al verte, parecías haber encogido un par de centímetros, tus ojeras ocupaban casi toda tu cara, tus ojos estaban rojísimos y tu cabello era un desastre; no tenías los lentes puestos, por lo que entrecerraste un poco los ojos para verme mejor.

—¿Isabel? —Tu voz sonó rasposa, por lo que no me sorprendió saber más tarde que llevabas un par de días sin decir ni una sola palabra.

—Perdóname, Julia. —Al verte ahí, y así, entendí lo estúpida que había sido por tardar tanto, y me quebré. Todas las lágrimas que me había estado aguantando desde que comenzó la charla con mi padre, salieron a la superficie; el rencor hacia la situación y hacia mí misma, las incrementaron—. Perdóname. —Te abracé y tardaste muchísimo en devolverme el abrazo—. No me odies, por favor. Perdóname. Sé que fui una cobarde y no merezco tu perdón, sin embargo, no puedo evitar pedírtelo. No debí tardar en buscarte. Eres mi vida. Y te entendería completamente si...

—Lo único que importa en este momento es que por fin estamos juntas —susurraste en mi oído, y me abrazaste más fuerte.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, sólo sé que no fue el suficiente. Entramos a la casa cuando tu estómago sonó por el hambre, y yo me ofrecí a cocinarte algo al saber que llevabas tiempo sin comer. Estabas sola, Claudia había salido con unas amigas, los niños estaban en el colegio y Pablo, trabajando. Me señalaste qué cosas podía usar para cocinarte, y mientras lo hacía, me fuiste explicando lo que pasó contigo luego de que te fueras de mi casa.

—Ninguna dijo nada en el trayecto hasta que llegamos. Rómulo estaba en la casa y mi abuela le contó inmediatamente lo que había sucedido. —Callaste unos segundos—. Yo... Yo nunca lo había visto tan furioso, Isabel. Creí que empezaría a golpearme y no podría pararlo como hice con Arturo, y nadie me ayudaría. —Me volteé alarmada y preocupada—. No, no lo hizo —añadiste, al ver mi cara; yo te observé detalladamente y confié en tu palabra—. Sólo gritó y gritó y siguió gritando. Me dijo de todo. Incluso culpó a mi mamá y a mi abuela, porque ellas «nunca se preocuparon en encontrarme un hombre que me pusiera en el lugar debido». Ellas no lo refutaron, mi abuela hasta concordó con él y habló de que era una vergüenza para todos.

»Rómulo subió a mi habitación corriendo, mi mamá y mi abuela me prohibieron seguirlo. —Volví a concentrarme en la comida al percibir un leve olor a quemado—. Bajó en menos de cinco minutos, traía una maleta y la tiró a mis pies.

»—Vete, Julia. Vete y no vuelvas. Ya no eres bienvenida en esta casa.

»Lloré a cántaros al ver eso, y miré a mi abuela y a mi mamá, quienes no se atrevían a devolverme la mirada. Mi abuela se inclinó para agarrar la maleta, tuve un poco de esperanza, pero murió rápidamente al notar que me la estaba acercando.

»—Ya escuchaste a mi nieto. No te queremos volver a ver, Julia.

»¿Qué más iba a hacer? Me fui. No pude evitar caminar lento y voltear a cada rato, esperando a que se arrepintieran... No lo hicieron. Caminé y caminé hasta llegar a un parque, donde me senté para llorar todo lo que podía... Necesitaba tanto un abrazo de tu parte en ese momento. —Se quedó en silencio por un minuto—. Sin darme cuenta, a mi lado estaba sentada Claudia, y me daba la impresión de que llevaba ahí un buen rato.

»—¿Qué sucedió, Julia?

»Le conté todo, Isabel. Me desahogué como hace tanto no lo hacía. Sabía que ella no me repudiaría, ya que me habías contado cómo te ayudó cuando tus sentimientos por mí comenzaron a florecer. Me escuchó sin decir una palabra, sin presionarme cuando me quedaba por varios minutos en silencio. Al terminar de explicar todo, me abrazó fuertemente y de una vez me ofreció su casa para quedarme todo el tiempo que quisiera; así que, aquí estoy. Agradezco que me encontrara, no sé qué sería de mí ahorita si no lo hubiese hecho.

En esas últimas palabras sentí como si fuera una venenosa indirecta hacia mí, como si quisieras decirme que si no fuera por ella, yo no estaría ahí, y entendía que sintieras eso. Terminé de cocinar y te serví en un plato dos arepas, las cuales rellenaste con queso y carne y te las comiste de una vez.

—No quiero saber por qué tardaste tanto, ya me hago la idea de las razones —comentaste, cuando lavabas tu plato—. Quiero que sepas que lo entiendo, sin embargo, no puedo evitar que me duela como lo hace. No obstante, como dije antes, lo importante es que estás aquí, y de verdad espero que nunca te arrepientas de tu decisión.

—Jamás lo haré, Julia. Te amo. —Me acerqué para besarte, aunque moviste la cabeza y terminé dándote un beso en la mejilla.

Sonreí amargamente, me ardía todo el pecho, pero entendía tu posición. El hecho de haber estado tan indecisa esos días había causado varias grietas en nuestra relación, y en ese momento juré solemnemente repararlas hasta que no quedara ni cicatriz.   

Con amor,

Isabel

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora