LXXVI

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15 de marzo de 2022

Querida Julia:

Hoy me desperté al escuchar gritos provenientes de nuestra habitación. Me levanté de una vez, y descalza y sin el bastón fui lo más veloz que pude hasta donde estabas. Entré al cuarto y te miré preocupada, tenías lágrimas en tus ojos y te agarrabas de tus costados con bastante fuerza.

—¿Qué pasó, mi amor?, ¿qué tienes?

—¡M...Me duele! —gritaste, y mi corazón se rompió al verte así.

—¿Pero qué te duele, mi vida?

Me acerqué a la mesa de noche y busqué unas pastillas para el dolor, mis manos temblaban y varias se cayeron al piso.

—To...todo. La espalda... Mucho... El estómago... Duele mucho. —Cerraste los ojos con fuerza, sin dejar de llorar.

—Julia, ayúdame. Tómate esto, por favor. —Me senté a tu lado y te levanté un poco para que agarraras las pastillas—. Por favor, mi amor, hazlo. —Las tomaste con dificultad y las llevaste a tu boca, yo agarré un vaso con agua que siempre te dejábamos cerca y te ayudé a beber poco a poco.

Te arrimé un poco en la cama para poder acostarme a tu lado y acuné tu cabeza en mi regazo, tarareé un poco mientras acariciaba tus blancos cabellos.

No sé cuánto tiempo estuvimos en esa posición, no creo que haya sido más de una hora. Cuando llegó Alejandro, ya te habías quedado dormida, aunque tus facciones aún demostraban dolor. Acordamos que teníamos que llevarte al doctor, pero nuestros planes cambiaron un poco al ver varias erupciones en tu piel cuando te estábamos cambiando de ropa.

—Llama a una ambulancia, ¡ya! —le ordené.

La ambulancia tardó media hora en llegar. Cada segundo que pasaba me ponía más y más nerviosa. Tú no estabas ni despierta ni dormida, te encontrabas en un estado neutral, y agradecía eso, puesto que podríamos montarte en la ambulancia sin muchos problemas.

Eran pasadas las ocho de la mañana cuando llegamos a la clínica. Los doctores Quiroga y Gutiérrez ya nos esperaban.

—Me desperté por un grito, me dijo que le dolía mucho la espalda y el estómago, se agarraba con fuerza los costados. Le di unas pastillas para el dolor. Las erupciones no las había visto hasta hoy —le expliqué a una enfermera, quien me estaba preguntando los datos y qué había pasado, mientras los doctores te atendían.

—¿Puede decirme el nombre de las medicinas?

—El doctor Quiroga sabe cuáles son —fue lo único que respondí.

Alejandro y yo nos dirigimos a la sala de espera. Minutos más tarde, él fue a comprar algo para que yo desayunara, sin embargo, no tenía ganas en lo absoluto; me recordó que debía hacerlo por mi salud, y aun así me negué. Observaba los minutos pasar en el reloj de la pared, contaba los segundos e imaginaba el tic, tac en mi mente. 71 minutos más tarde, el doctor Quiroga nos buscó y pudimos entrar a la habitación a la que te habían trasladado.

—No es nada muy grave conociendo sus antecedentes —me explicó, sin embargo, eso no ayudó a tranquilizarme y él lo sabía—. Las erupciones no eran tales, sino indicaciones de que tenía úlceras por dentro; el dolor de estómago fue debido a eso, ya le estamos haciendo el tratamiento necesario para eliminarlas. No será primera vez, señora Osorio. Las úlceras son comunes cuando existe falla hepática; debemos estar muy pendientes con ésta. Y el dolor de espalda, como sabrá, se debe al mal funcionamiento de los riñones. De todas formas, la mantendremos bajo observación esta noche y mañana ya podrá volver a casa.

No puedo evitar pensar que esto es apenas una muestra de los que nos viene. Tu enfermedad y la edad finalmente se están encontrando, y en cualquier momento habrá una explosión. No quiero, Julia, no quiero.

Con amor,

Isabel

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