10 de noviembre de 2021
Querida Julia:
Estamos en el parque. Estabas durmiendo demasiado y Alejandro y yo coincidimos en que era mejor sacarte a pasear para que respiraras un poco de aire puro. Miras maravillada todo a tu alrededor, tus ojos brillan y me preguntas emocionada qué es cada cosa. «Es un pájaro. No, eso es un árbol. Son unos niños, Julia, no perros. No, no les puedes lanzar manzanas a las palomas; tírales este pan, pedacito a pedacito». Después de darte la mitad de una hogaza de pan te quedas más tranquila, rompiéndola con tus frágiles dedos y lanzando los pedazos a las palomas. Me levanto un segundo para arreglarte el sombrero que se movió con el viento, debo tener mucho cuidado con el sol y con tu piel.
Vuelvo a agarrar mis hojas y mi pluma para retomar la carta, siempre mirándote de reojo.
Es un día soleado con poco brisa, aunque el calor es soportable quiero que Alejandro se apresure comprando los helados. El cielo está despejado de nubes, no se ve ni una sola. Recuerdo lo feliz que nos hacía acostarnos en el césped e imaginar formas diferentes en éstas. Con este ambiente no puedo evitar recordar la última vez que fuimos a Mérida. Antes de que enfermaras gravemente, agarramos todos nuestros ahorros y volvimos por última vez a la Ciudad de las Nieves Eternas en el 2008.
Fuimos de viernes a lunes, no podíamos estar más tiempo. Tomamos un avión porque no teníamos carro y el de Adriano había quedado destrozado después del accidente que él sufrió; debo añadir que tu hermano quedó con muchas complicaciones por eso y murió menos de un año más tarde. Tuvimos que llegar al aeropuerto de El Vigía (una de las ciudades del estado) porque el de Mérida (la capital) fue cerrado posterior a la tragedia del avión de Santa Bárbara unos meses antes4.
Recuerdo que la ciudad no estaba tan fría como años pasados y nos dio mucha tristeza. Las cosas cambiaban con el pasar de los años y nosotras también; ver ese tipo de cambios nos hacía darnos cuenta de que el pasado es eso, pasado, y que nuestra travesía en este mundo poco a poco llega a su fin.
Nos hospedamos en una posada muy linda a las afueras de la ciudad. Visitamos la Heladería Coromoto, la catedral, el Jardín Botánico y gran parte de la ciudad; no podíamos hacer mucho más si no tenías un medio de transporte propio. No pudimos subir otra vez al teleférico por falta de tiempo, además, era temporada alta y la cantidad de gente que quería ir era atroz; te prometí que volveríamos pronto y subiríamos de nuevo, nunca nos esperamos que no volveríamos a hacerlo porque lo cerrarían cuatro meses más tarde y para cuando lo volvieran a abrir, ocho años después, ya sería imposible llevarte.
Esta carta es una cadena de recuerdos, así que iré directo al recuerdo que este día desencadenó en mi memoria. Y más tarde entenderás a qué me refiero cuando escribo «cadena de recuerdos».
La última vez que visitamos el Jardín Botánico de Mérida tuvimos un pequeño picnic. No, no nos sentamos en la grama, pararnos habría sido prácticamente imposible, sobre todo con mis problemas de las rodillas; llevamos dos sillas plegables, las cuales insististe en llevar y admito que lo hiciste sin ningún problema, nadie creería que tuvieses casi 66 años. Nunca aparentaste la edad que tenías, ni siquiera ahorita con 79.
Nos sentamos alrededor de una roca más o menos alta, si no me equivoco tenía como cincuenta centímetros de alto, era algo irregular pero nos servía para apoyar el bolso y poder sacar la comida y las bebidas.
—Un sándwich sin salsa para ti. —Te lo extendí abriéndole el papel aluminio—. Y uno con salsa para mí.
—Jugo de fresa sin azúcar para ti. —Me pasaste el termo que tenías en tu bolso—. Y jugo de melón, con una cucharada de azúcar, para mí.
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Un minuto más
RomanceCombinando el presente y el pasado, Isabel hilará los diferentes hechos de su vida para poder narrarle, a través de cartas, su historia a su amada; recorriendo viejos caminos, pero esta vez sin compañía. Historia destacada en el perfil @FiccionGener...