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07 de octubre de 2021

Querida Julia:

Antes de seguir con nuestra historia quiero hacer una pequeña pausa para explicar el porqué del comentario de aquel joven, ya que no lo expliqué antes y es necesario para entenderlo y comprender lo que sigue.

Muy bien, como nombré en la carta anterior, yo sentía celos de todos esos chicos porque podían estar contigo de una forma en la que yo no podía. ¿Cómo entendí esos sentimientos? Fue gracias a Claudia y su talento para descubrir cuando algo no iba bien.

Claudia era una gran amiga de mis padres, y fue una persona constante en mi infancia. Los ocho años que me llevaba no fueron un obstáculo para crear una linda amistad entre nosotras.

Un día me pidió ir al parque con ella y su hijo menor de cinco años; mientras él jugaba, comenzó a hablar conmigo.

—No le he visto igual que siempre, Isabel. ¿Qué sucede? —Sí, siempre era así de directa; es una de las cosas que más me gustaban de ella.

—Pues... —Pensé en decirle «nada» pero me era imposible mentirle—. No lo sé —admití cabizbaja—. Me siento extraña, como si algo no me dejara respirar; cuando pienso en ciertas cosas, todo empeora; me da tristeza y, al mismo tiempo, rabia.

—Tengo entendido que sus padres ya le están buscando un pretendiente, y que va a citas dobles con Julia Villarreal —comentó, buscando la forma de hacerme hablar desde otra perspectiva—. ¿Cómo se siente con eso? ¿Hay alguno bueno o son sólo tontos? Porque en mi época eran sólo tontos.

—Arg. Todos son unos cretinos. Julia se lleva a los mejores —murmuré amargada, recordando—. Siempre pendientes de ella. Pero no me malinterprete, me alegro mucho por Julia; merece encontrar a un buen hombre con quien formar una bella familia y ser feliz. —Recuerdo que un ardor cubrió mi pecho al imaginar esa situación—. Sin embargo, siento que ninguno es bueno para ella; por más que sean tan educados, ¿qué me asegura que el que elija lo seguirá siendo después de contraer matrimonio? ¿Le llevará sus flores favoritas, al menos una vez a la semana? ¿Leerán o escucharán música juntos, como a Julia le gusta? —divagué, con mis ojos fijos en el cielo, distrayéndome un poco en buscar figuras en las nubes—. Sus flores favoritas son las margaritas, por cierto —agregué, sonriendo de lado, al ver una nube con esa forma; era un dato importante.

—Isabel. —Moví la cabeza para hacerle entender que la escuchaba—. Le pregunté cómo se sentía, no cómo son las citas de Julia y, según usted, qué tendría que hacer (o ser) el hombre ideal para ella.

Me sonrojé de pies a cabeza, porque sabía que ella tenía la razón.

—¿Hay algo que quiera confiarme respecto a Julia? —cuestionó.

Quedé en silencio por un par de minutos, jugando con mis manos incesantemente. Volteé a mirarla, respirando profundo. Sus ojos verdes me invitaban a confiar en ella y es lo que hice.

—Ay, Claudia —comencé—. Es raro, de verdad. Adoro pasar tiempo con ella, hacerla sonreír cuando está triste, darle sorpresas. —Suspiré—. Pero cuando salimos en esas odiosas citas, todo cambia. No me presta atención o no tanta como me gustaría, y eso me molesta mucho, me dan ganas de llorar y no sé por qué; cuando veo que es otro el que la hace reír... —Pausé mi pequeño monólogo para limpiar el sudor de mis manos en la falda que tenía puesta—deseo que él no estuviese ahí, deseo estar en su lugar, quiero ser quien ella abrace al final de la noche y le dé un beso en la mejilla. Sin embargo, no lo soy y sé que nunca lo seré.

»Hace tiempo, cuando nuestra amistad apenas iniciaba, la llevé al cementerio para visitar a su padre; aunque ella no sabía que íbamos a eso, por lo que bromeó y dijo que no era un buen lugar para una cita. No puedo sacarme ese comentario de los pensamientos, principalmente por lo que sentí: no me desagradó la idea de tener una cita con ella, en lo absoluto; es más, un calor agradable me recorrió el cuerpo al imaginarnos así.

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora