LXIII

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10 de febrero de 2022

Querida Julia:

No fue para nada fácil esconder de los demás los sentimientos que surgían entre nosotras. Me preocupaba como no tienes ni idea que se dieran cuenta, ya que no sabía de qué eran capaces si lo notaban; ¿nos alejarían?, ¿nos castigarían?, ¿y si nos ingresaban en un psiquiátrico? Escalofríos me recorrían cada vez que pensaba en eso, sin embargo, estaba decidida a hacer lo que fuera para permanecer a tu lado hasta la eternidad.

¿Sí llegaron a sospechar? Me imagino, no creo que no hayan tenido ni un gramo de duda al ver nuestros comportamientos. Sabía que no era muy «normal» que nos dejáramos de hablar por tres años para que, de un día para otro, prácticamente estuviésemos las veinticuatro horas del día juntas; así que, sí, de seguro sospecharon en algún momento, pero prefirieron obviarlo.

¿Sabes cuándo me ganaste al 100 %? No, creo que no, pues no te lo hice saber (sí, soy muy mala, lo sé). Fue a comienzos de septiembre de ese mismo año (sí, un año muy mágico, según mi opinión). Sentí un pequeño déjà vu ‒pero a la inversa‒ cuando salí de clases y me estabas esperando en la entrada del colegio. Te abracé sorprendida, creía que no nos veríamos ese día porque ibas a ir a una cita que tu mamá y tu abuela te habían buscado (podrás imaginar la pataleta que monté al enterarme, aunque no podía hacer nada).

—¡Julia! ¿Qué haces aquí? —pregunté en tu oído, sin dejar de abrazarte; me encanta estar entre tus brazos.

—Me pidieron que te acompañara a casa —respondiste, con una pequeña sonrisita.

—Sí, cómo no. ¿Y por qué no estamos en el camino para ir a mi casa? —cuestioné, rozando nuestras manos, me moría por agarrar la tuya, pero sabía que no podía.

—Vale, mentí. Nadie me pidió que te acompañara a casa. Quiero llevarte a un lugar especial. —Con esas palabras mi corazón latió frenéticamente y me sentí volver en el tiempo, aunque con los papeles invertidos. Ya sabía a dónde me llevabas, pero esperaría para confirmar mis sospechas.

Caminamos en silencio, el roce de nuestras manos era constante y debía recurrir a toda la fuerza de voluntad que tenía para no tomar tu mano. Aquellos tiempos, claramente, no eran ni parecidos a la actualidad; hoy puedes ver a chicas tomadas de las manos y es normal, pueden ser mejores amigas o pareja, no importa, no las critican, pero en la época que nos tocó vivir no podíamos hacerlo ni locas.

Sonreí levemente al ver que estábamos llegando al cementerio. Sospechas confirmadas. Me detuve en un momento y volteaste a mirarme confundida.

—No sé quién te lo habrá recomendado, pero te aseguro que este no es un lugar para traer a una chica en una cita, muchísimo menos si es sorpresa —parafraseé lo que me dijiste hace más de seis años, y te carcajeaste. Tu risa es, sin duda alguna, mi sonido favorito en todo el mundo.

—Tenía que devolvértelo, ¿no crees?

Nos acercamos a un puesto de venta de flores y pediste un pequeño ramo de margaritas, que yo pagué mientras buscabas el dinero en tu cartera; entrecerraste los ojos al ver mi acción y luego sonreíste satisfecha. No entendí y no me preocupé por hacerlo. Cuando tuvimos el ramo en nuestras manos, retomamos el camino al cementerio, pasamos entre varias lápidas hasta llegar a aquella que no visitaba desde hace tiempo.

—Bendición, pá —fue lo primero que dijiste, a la vez que te sentabas en la grama y colocabas las flores encima de la lápida—. Isabel te compró estas flores, ¿verdad que son lindas? Sé que siempre han sido tus favoritas. —Yo me senté a tu lado sin decir una palabra y tomé tu mano—. Sí, ya sé que el nombre te resulta familiar. De seguro recuerdas que hace muchos años venía muy seguido a llorar por cómo nuestra vecina Isabel me trataba... —Mi corazón se arrugó al recordar aquellos días—, y luego por una Isabel que me estaba volviendo loca al revolucionar mis sentimientos; es ella, pá, es la misma Isabel. Vine con ella este día porque era hora de presentártela finalmente. —Me miró con una sonrisa antes de añadir—: Ella es Isabel Osorio, el amor de mi vida, mi alma gemela, mi media naranja, la mujer con la cual espero pasar el resto de mis días. Sé que te sorprenderá el hecho de que sea mujer, y sé que no es lo que esperarías de mí ni es lo «normal»; créeme cuando te digo que le di muchas vueltas antes de atreverme a pedirle una oportunidad, no lo hice hasta estar totalmente segura de que era ella y siempre fue y será ella. No espero que lo entiendas, sólo que lo aceptes y nos des tu bendición; sabes que tu opinión es muy importante para mí. Te amo, papi, y te extraño mucho.

Lágrimas inundaron tus ojos y lo único que pude hacer fue abrazarte. Yo también tenía ganas de llorar, pero me contuve por ti. Eres demasiado perfecta y encantadora, Julia. Al ver lo que habías hecho por mí, con ese gesto te ganaste mi corazón indudablemente y sabía que tenía que cancelar mi boda lo más pronto posible. Eras tú con la que yo quería casarme, tener hijos, una gran familia; y unas pequeñas lágrimas de alegría brotaron de mis ojos al darme cuenta de que tú querías lo mismo conmigo.

—Señor Villarreal. —Respiré para que mi voz no se entrecortara—. Sé que no fui la mejor persona con Julia en su momento, no sabe cuánto lamento mi comportamiento y nunca haré lo suficiente para ganarme el perdón de su hija. Le puedo asegurar que hasta el último segundo la haré la mujer más feliz del mundo, seré un escudo para que nadie la dañe, la cuidaré con toda mi alma. Julia es la persona más importante para mí y sé que será así por siempre. Lo único que quiero es colmarla de todas las atenciones que merece y muchísimo más. Es una gran mujer, usted tiene una gran suerte de tener una hija tan maravillosa como lo es ella. Si no cumplo cualquier promesa que le haga a ella (sea ahorita, fuese ayer o sea mañana) y a usted, le permito que me haga sufrir por toda la eternidad, y eso ni siquiera será suficiente castigo por haber faltado a mi palabra. La amo, señor Villarreal, la amo con toda mi alma.

Un quejido escapó de entre tus labios y saltaste para abrazarme, mientras más lágrimas surgían. Te devolví el abrazo y susurré muchísimos «te amo» en tu oído hasta que te calmaste. Te besé cuando te separaste un poco y me dejaste ver tu cara; te besé como si fuese a ser el último beso; te besé para sellar todas mis promesas.

Con amor,

Isabel

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