LXXV

751 111 12
                                    

09 de marzo de 2022

Querida Julia:

El lunes salí desde temprano para buscar trabajo, querías acompañarme pero Álvaro amaneció enfermo, así que te quedaste cuidándolo. No sé cuántas escuelas habré recorrido, perdí la cuenta... No, no llevaba la cuenta, no tenía mente para eso. Mis pies dolían y no podía ni con mi alma apenas a media mañana; hice una pequeña nota mental de hacer ejercicio más seguido (nunca lo cumplí).

Varios lugares me rechazaron por no tener experiencia a mi edad (si les decía que sí tenía, debía demostrarlo y no tenía cómo), otros me anotaron en lista de espera y el resto «me contactaría en los próximos días». Al menos pude ayudar un poco en la casa con los ahorros que tenía, Pablo se había negado al comienzo, sin embargo, terminó aceptando al ver que yo no daría mi brazo a torcer; gracias al Señor, Claudia me prestó la ropa vieja que tenía mientras podíamos ir a adquirir nueva.

Las cosas entre tú y yo mejoraron poco a poco en la segunda semana de estar allá, pude volver a perderme en tus labios a mediados de diciembre. Por esas mismas fechas les llegó a los Quiroga una invitación para la boda de Arturo Carvajal y Rosa Osorio, la cual se llevaría a cabo el 21 de diciembre; siendo sincera, no me sorprendió en lo absoluto, sabía que Antonio siempre prefirió que su amigo terminara con su hija y no con su hermana. Pablo no pensaba ir, aunque Claudia terminó convenciéndolo y asistieron sólo ellos dos.

Nunca me enteré de si mi familia y la tuya supieron que estábamos con ellos, tal vez sí y no les importó, o tal vez no. Siento que de haberse enterado, Rosa habría ido corriendo a la casa de los Quiroga para decirles cuán «enfermas» estábamos tú y yo.

Por otra parte, al frente de Pablo y sus hijos nunca actuamos de forma amorosa, a excepción de un travieso pequeñín llamado Elías, a quien no le importó encontrarnos mientras nos besábamos en uno de los tantos pasillos.

Pasó Navidad y Año Nuevo. Fue raro no estar con mi familia para esas fechas, sin embargo, decidí no entristecerme al pensar en eso y me enfoqué en hacer de nuestro primer diciembre juntas una fecha magnífica.

Los Quiroga siempre se iban para Barquisimeto en esas fechas, así que tú y yo nos quedamos solas en la casa y lo único que hicimos fue jugar, comer y besarnos; y en Año Nuevo me sorprendiste con varios fuegos artificiales y fui más feliz que niño en Navidad.

Recibimos el año 1965 acostadas en el patio trasero, con nuestras manos entrelazadas, y fue perfecto.

Con amor,

Isabel

Un minuto másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora