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03 de mayo de 2022

Querida Julia:

Ese día fue bastante decisivo para nuestra vida. Tu hermano hizo algo que nos dejó perplejas a ti y a mí; te abrazó y lloró en tu hombro. Estabas en shock y le devolviste el abrazo segundos más tarde.

—Adriano, mi amor, es mejor que entremos a la casa —expresó Patricia en voz baja, acercándose a ustedes.

Él se separó un poco de ti y asintió, me miró un rato que me pareció eterno y luego hizo una seña para que lo siguiéramos.

Al entrar, Patricia se fue directo a la que supuse era la cocina, mientras que nosotros íbamos a la sala. Nos sentamos en los sillones y estuvimos en silencio hasta que llegaron los niños corriendo.

—¡Papi! —dijo el mayor, y lo abrazó.

Al contrario, la niña se quedó viéndote y sonrió de oreja a oreja.

—¿Piano? —preguntó.

—Judith, Francisco, vayan con su mamá a la cocina —ordenó Adriano; esperó a que desaparecieran por la puerta y advirtió—: Tampoco pueden quedarse escuchando la conversación a escondidas, niños.

Se escucharon sus risas y él dejó escapar una sonrisa, que se le borró un poco cuando te volvió a mirar y sus ojos se tiñeron de añoranza.

—¿Dónde estabas, Julia? —preguntó—. ¿Dónde has estado todo este tiempo?

—Aquí en Caracas. ¿Dónde si no? —murmuraste incómoda.

—Te busqué y no te encontré —respondió él, pasándose las manos por el cabello, angustiado—. Cuando me enteré de lo que ellos te hicieron y por qué lo hicieron... —Suspiró—. No les he vuelto a hablar.

—Adriano —susurraste sorprendida.

Él negó.

—A mí no me importa con quien salgas, siempre y cuando sea buena persona, e Isabel lo es. No me fue fácil comprenderlo, aún no lo hago del todo, pero eres mi hermanita, Julia, y tu felicidad siempre será la mía.

Fuiste y te sentaste en su regazo, abrazándolo fuertemente. Los dos lloraban, y hasta yo me permití llorar un poco.

Con amor,

Isabel

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