Yatagarasu (parte 3)

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Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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Yatagarasu

(parte 3)

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El sonido de los grillos fue interrumpido por el entrechocar de las argollas en el extremo del largo bastón, que usaba una oscura figura para marcar el paso mientras se acercaba por el sendero del bosque. Su cabeza y su rostro estaban cubiertos con un amplio kasa, un sombrero de bambú tejido. No era el alto kasa militar de los guerreros, ni tampoco uno más cónico como el de los recolectores de arroz, sino uno amplio y de punta redondeada como un hongo. A pesar del lodo acumulado por las lluvias de los días pasados, el tabi con que calzaba los pies estaban blancos y relucientes y las sandalias apenas se manchaban al dar cada paso con ligereza.

Las nubes se despejaron del todo y la luz de la luna reveló un cuerpo de contextura pequeña. Era una mujer que vestía un chihaya, de camisa blanca cruzada sobre el cuerpo y hakama rojo. Se protegía del frío con una amplia capa gruesa de plumas negras atada con un cordel bajo su cuello.

La mujer se detuvo ante el cuerpo inerte de Ranma, se inclinó doblando las piernas y levantó el borde de su kasa para mirar mejor. Su rostro era joven, como si fuera apenas una adolescente, y su piel era pálida como la luna que la alumbraba. Sus penetrantes ojos, de mirada curiosa, eran de color canela y tenía el cabello largo y tan negro como su capa de plumas, atado con una cinta. Su boca, pequeña y sonrosada, se torció en un gesto de tristeza.

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Gritaban su nombre, tan fuerte que no podía distinguir las voces, hasta el final, cuando comprendió que eran sus compañeros, los cuervos, que emergían de un lago de sangre con los cuerpos roídos por la putrefacción, las heridas abiertas y algunos miembros colgando. Sus ojos se salían del rostro hasta rodar por sus cuerpos. Todos se dirigieron a él, arrastrando las piernas hundidas en la sangre, estirando los brazos, buscando atraparlo. Repetían su nombre una y otra vez.

Ranma, Ranma... ¡Ranma!

—¡NO!

Ranma dio un grito sentándose. La manta que lo tapaba se arrugó sobre sus piernas cubriendo apenas sus caderas. Estaba completamente desnudo, y su torso estaba envuelto en vendas manchadas con su sangre.

—¿Qué es...? ¿Dónde estoy? —se preguntó poniéndose alerta.

Estaba sentado en un futón, sobre el tatami de un cuarto cerrado, de madera oscura y vieja. La luz apenas entraba por una de las paredes, hecha de varillas de madera y papel de arroz. El aire estaba cargado con el aroma del bosque y del incienso.

El año de la felicidad parte 2 (capítulos 201 en adelante)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora