El año de la felicidad parte 2 (capítulos 201 en adelante)

El azote de los Tendo

Ranma ½ no me pertenece.

Mas en momentos de desasosiego quisiera ser como Rumiko y portarme mal con los fans.

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Fantasy Fiction Estudios presenta

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El año de la felicidad

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El azote de los Tendo

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Kasumi Tendo se levantó esa mañana a la misma hora de siempre, afuera aún estaba oscuro por lo temprano que era. Mientras se ataba el cabello con un moño entró en la cocina y encendió la luz. La arrocera, que había dejado programado la noche anterior, se puso a trabajar en ese mismo instante.

Kasumi comenzó a tararear muy bajito y lento, un poco adormilada aún, mientras elegía una de sus tazas favoritas y la dejaba sobre la encimera de la cocina. Sacó del refrigerador las verduras y el miso para hacer la sopa. Dio un largo bostezo y movió su cuello a un lado y al otro, estirándolo. Entonces se volvió... y descubrió con horror que no estaba.

Sus ojos se agrandaron con sorpresa y pánico. Buscó en todos los cajones y abrió las puertas de la alacena, abrió incluso el refrigerador para mirar, aunque era absurdo que estuviera allí.

No estaba. No había ni rastro.

¿Cómo pudo haber sido tan descuidada de olvidarlo? Era imposible que le sucediera algo así con un elemento tan básico y esencial para sobrevivir.

Kasumi tembló. Desde que tenía memoria nunca se había enfrentado a una situación así. ¿Cómo podría superarlo? Miró el reloj, todavía faltaban un par de horas para que abriera la tienda; hasta entonces, tendría que... sonreír.

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Durante el desayuno intentó actuar como siempre, aunque le dolía un poco la cabeza y los gritos absurdos entre su hermana Akane y Ranma le ponían los pelos de punta. Nabiki la miraba de reojo de vez en cuando, como sospechando, esa niña siempre había tenido un instinto para reconocer lo que estaba fuera de lugar, ¡si al menos tuviera el mismo instinto para ayudarla a limpiar la casa! Le devolvió la mirada de tal forma que Nabiki apartó los ojos de inmediato.

—¡Ese era mi pescado, viejo! —se quejó Ranma.

—Estás demasiado lento, muchacho —contestó su padre zampándose todo de un bocado—. Es el deber de un padre educar a su hijo para que sea el mejor.

—¿Dejándome sin comer? —dijo Ranma entre dientes, afilando la mirada.

—El hambre es el mejor consejero —recitó con solemnidad Genma.