VIII. Hogar

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El Norte
Puerto Blanco

Habían transcurrido casi cuatro años desde la última vez que Ellys pisó el camino de piedra blanca que llevaba desde el muelle en la Guarida del Lobo a la entrada de Nueva Fortaleza.

Manderly no era su apellido, y habrían podido decirle que ese castillo no era suyo; pero sólo cuando estuvo frente a la pálida y orgullosa edificación, pudo sentirse en casa.

El otoño había traído consigo la nieve al Puerto, los sirvientes la apartaban a un lado del camino, mientras el carruaje que enviaron para recibirla avanzaba despacio, jalado por dos enormes caballos, uno negro y el otro bayo. «Duncan y Helgue». Recordó Ellys. Se los había regalado Lord Wyman en su décimo día del nombre.

El olor a mar y tierra mojada entraba por la ventanilla, junto a algunos copos blancos que se derretían sobre su capa roja.

«Theon prometió traerme de regreso, Robb prometió traerme de regreso —pensó— Ahora los dos están muertos y yo estoy aquí... Sola».

La última vez, su padre estaba en la puerta, a lomos de un caballo, esperándola. Ahora, en su lugar, estaba Wylla Manderly, la hija menor de Ser Wyllis, el primogénito de Lord Wyman.

La muchacha tenía su misma edad, no la veía desde los trece años, cuando la enviaron a Winterferll. Había crecido varios centímetros, su rostro seguía siendo alargado y fino, parecido al de su madre Lady Leona Woolfield. Su cabello estaba teñido de verde oscuro, como el de su emblema, pero sus cejas permanecían rubias.
Aunque fueron unidas en su niñez, ahora no se veía feliz de recibirla.

—Lady Lannister —la saludó, haciendo énfasis en el apellido— Nos honra su presencia aquí en el Norte —miró con suspicacia a los diez hombres que la acompañaban, con sus brillantes armaduras rojas con el león dorado tallado en el pecho.

—Lady Wylla —respondió Ellys— Ha pasado mucho tiempo...

—Si que ha sido mucho —masculló la muchacha— No la esperábamos sino hasta dentro de dos semanas, por eso no hemos podido arreglar sus habitaciones, pero pediré que alguien lo haga de inmediato. Por favor, pase, adentro las chimeneas están calientes. Los climas de aquí no le hacen bien a los sureños.

«Pero yo no soy sureña... ¡Crecí contigo!, jugamos juntas, compartimos las muñecas y las clases de costura». Quiso decirle.

Las puertas se abrieron a sus espaldas, un grupo de guardias esperaban a los visitantes formados en filas ordenadas. La guardia de la casa Manderly vestía capas de lana verde azulado y llevaba tridentes plateados en lugar de lanzas comunes. Conforme avanzaban, se fundían con los hombres del Oeste, e iban en hileras parejas hasta la entrada de la Corte Tritón.

—Ha sido un viaje largo, por favor le pido que le den alimento y comida a mis acompañantes —le pidió Ellys a Wylla antes de entrar al Gran Salón.

Ella asintió y le ordenó a un sirviente que atendiera bien a los huéspedes.

Cuando entraron, sintió como si fuera la primera vez que estaba en ese lugar. Caminó con cuidado sobre los cangrejos pintados y las almejas y estrellas de mar, medio escondidas entre las retorcidas hojas negras de las algas y los retorcidos huesos de marineros ahogados. En las paredes del lado contrario, pálidos tiburones merodeaban las profundidades pintadas de azul verdoso, mientras anguilas y pulpos se deslizaban entre rocas y barcos hundidos. Bancos de arenques y bacalaos nadaban entre altas ventanas arqueadas. Más arriba estaba representada la superficie del mar, cerca de donde las viejas redes de pescar que colgaban de las vigas del pecho. A su derecha, un galeón de guerra remaba sereno contra el sol naciente; a su izquierda, un maltrecho y viejo carguero compitiendo contra una tormenta, con mas velas rasgadas. Y tras el estrado, sobre el asiento principal, un enorme kraken y una sirena estaban unidos. Antes había pensado que era una imagen romántica, por ella y por Theon, ahora veía que en realidad las dos imágenes peleaban en una batalla a muerte bajo las olas pintadas.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora