XCIII. El Padre

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Ellys no sabía cuántos días habían pasado desde la batalla de Winterfell. Ya no había una mañana que avisara sobre el nuevo día. El último gallo cantor estaba muerto desde antes de que los sobrevivientes llegaran a Nueva Fortaleza y aún el Maestre más anciano no era capaz de atinar un aproximado paso de las horas.

La Reyne pasaba el tiempo junto a la cama que alguna vez fue suya, en donde yacía el hombre que alguna vez fue su esposo. Ella esperaba que Theon despertara en cualquier momento aún cuando ningún curandero daba fe de ello.

—Sus heridas no son graves, pero fueron hechas por un monstruo, es por eso que no curan —había dicho el último viejo sanador que lo revisó.

Y desde entonces, muchas velas se habían cambiado, se encendían y se apagaban demasiado pronto para hacer una cuenta.

Cada cierto tiempo, tres barcazas mercantiles partían del puerto en medio de la bruma, iluminadas con dos enormes antorchas que guiaban el trayecto. Iban rumbo a Tres Hermanas, pues Lord Sunderland, había ofrecido asilo para los norteños y los extranjeros que lucharon contra el Rey Nocturno.

La mayoría de los heridos, ya estaban en las islas, al igual que los niños y mujeres que salieron de las criptas. Las hermanas Stark fueron en el tercer viaje, junto a Lady Brienne de Tarth, Lyanna Mormont y Lord Varys. El Viejo Lannister y los diez yitienses que quedaban, partieron más tarde en una cabina grande. Jeyne Westerling partió en compañía de la mujer libre, Gilly y su hijo Sam.
Jon seguía en el Puerto, al igual que Daenerys.

Lord Wyman Manderly le otorgó a la reina de Dragones una de las recamaras principales, en la cima blancuzca del castillo. Pero ella casi nunca estaba ahí. Según las siervas, la Targaryen prefería estar en el patio, con su dragón. Ella misma aplicaba ungüentos sobre las heridas abiertas de su hijo y no permitía que Drogon volara.

—Se está volviendo loca, como su padre —oyó murmurar la Reyne, a una de las cocineras.

No era para menos. La Batalla le había arrebatado todo a aquella imponente reina. No sólo a dos de sus hijos, sino también a la gente en la que más confiaba. Sus seguidores más cercanos; más de la mitad de dothrakis, la gran mayoría de inmaculados, a Missandei, a Ser Barristan, a Jorah Mormont y a Tyrion. Estaba sola en un lugar desconocido, rodeada de gente que se negaba a aceptarla como reina. Algunos incluso, la culpaban por el fracaso en el Campo.
Ellys la compadecía, pero se rehusaba a hacer algo más por la Targaryen. En primera, porque no consideraba que alguna palabra de ánimo pudiera revertir su dolor, y segundo, porque una parte de ella sentía alivio de saber que el poderío de la Madre de Dragones se reducía notablemente. Si Daenerys jamás llegaba al Trono de Hierro, no tendría oportunidad de juzgarla por complotar en su contra.

****
En medio de una noche, tarde o día, uno de esos momentos en los que no podía ni siquiera dormir, alguien llamó a su puerta. Era un hombre ancho y encapuchado, que llevaba una pesada tea en la mano. En cuanto la vio, se retiró el capuchón.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que ella vio a su hermano Wyllis, ahora él estaba mucho más delgado y parecía que treinta años se le habían venido encima.

—Hermanita —dijo él con un leve esbozo de sonrisa. La abrazó, y le acarició el cabello como lo hacía cuando ella era una niña pequeña.

Ellys correspondió al gesto. Wyllis era el único hermano que le quedaba, aparte del pequeño Rodrick. Lorean Reyne podía tener su sangre y su apellido, pero ese cariño fraternal forjado por años de protección y confianza, solo lo podía sentir por Wyllis y por Wendel Manderly.

Cuando se separaron, ambos guardaron un cómodo silencio hasta que él lo rompió con una mirada despectiva hacia Theon.

—El traidor —musitó con rencor— Hay norteños que aún piden su muerte. Le han pedido a padre que les entregue a ese Greyjoy. Piensan que es una falta de respeto que él esté aquí y que aún traten de salvar su vida.

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora